[Yoni]

«La turba es un animal salvaje y con animales no se razona».

Personaje de Séneca en la película Quo Vadis? (1951)

Desde la década de los 1930’s.

1934-Federico More-Una mult… by Alexis Iparraguirre

Hoy día estaba leyendo la última editorial de César Hildebrandt en su semanario Hildebrandt en sus Trece, titulada Estado y Cultura. En ella da su opinión acerca de la controversia en la asignación de cupos pagados por el Ministerio de Cultura para asistir a la Feria Internacional del Libro de Guadalajará que hace unos días desembarcó a varios escritores conocidos que ya habían sido anunciados para, supuestamente ampliar la comitiva que nos representaría y darle más participación a autores del interior del país. Ello irritó a muchos amigos de los separados y provocó la renuncia de otros tantos en solidaridad. Es un cuento largo, y podemos decir que el problema sería la manera cómo lo comunicó y ejecutó el Ministro Ciro Gálvez, acaso otro síntoma de la improvisación, poco saber hacer y anteojeras ideológicas de parte los personajes que el Presidente Pedro Castillo eligiera en cada cartera ministerial. Sin embargo, el señor Hildebrandt va por otro lado: para él en principio ni siquiera debería haber una lista de representantes del gremio de escritores (o cualquier otro gremio de la industria cultural) con viáticos pagados por todos los peruanos a esas citas «donde el libro es producto y los lectoreses, clientela» pues para él la cultura y el Estado «¡son intrinsecamente irreconciliables!» (así con enfáticos signos de exclamación) dando a entender que sólo es merecedor de llamarse «cultura» aquello que no responde al Poder que busca contaminarlo. Y para apoyar su punto enumera casos donde los creadores se acostaron con la Bestia Estatal y salieron de esos ayuntamientos productos contranatura como «el monstruo del realismo proletario», la aburrida música de un Shostakovich perdonado y asimilado por el régimen de Stalin, hasta en ámbitos más cercanos ser el contexto de la decadencia de Luis Alberto Sanchez y Pablo Macera en cuanto empezaron a recibir un sueldo gubernamental. Entre estos dos últimos mencionó otro nombre, el del «brillante Federico More [que] se suicidó moralmente cuando el antiaprismo lo aproximó promiscuamente a las dictaduras de derecha de los 30 y 50», y por el cual me he puesto a escribir estas líneas.

Federico More. Para el público general es probable que ese nombre no evoque nada. Yo lo conocí como autor en los 90s cuando, estudiante universitario, adquirí el hábito de ir a la biblioteca de mi ciudad supuestamente para estudiar o hacer mis tareas, pero mayormente sólo iba a leer, a menudo al azar, escogiendo un título interesante entre las fichas cuidadosamente alineadas en sus gavetas. De esas incursiones la experiencia de algunos títulos me acompañan hasta hoy, como El Origen del Cristianismo, de I. Lentzman, y Ucronia, de C. Renouvier, libros que están en la génesis de mi actitud crítica hacia la religión y posterior «conversión» a un amable agnosticismo. De Federico More, fue un pequeño librito llamado Prosas de la Luna y el Mar, que comienza con una suerte de sensual vindicación de La Noche, antesala de un puñado de escritos que revelan al que fuera considerado (me enteré después) por César Vallejo, el «prosista de su generación», aquella a la que More a su vez llamara «la Generación Infortunada», que para él se abría con gente de la edad de Leonidas Yerovi y se cerraba con gente de la edad de José Carlos Mariátegui, nombres a los que si se adjuntaba el nombre de Abraham Valdelomar «la evocación dolorosa se completa».

De ese último dolor también me enteré después, cuando adquirí Andanzas de Federico More, una recopilación de sus escritos editada por el que sería su discípulo preferido, Francisco Igartua, un periodista notable, responsable de hitos del oficio (nunca profesión, y a veces arte, como opinaba More) en nuestro país como la fundación de las revistas OigaCaretas junto a la incombustible y arequipeñísima Doris Gibson (nacida en Lima, como le hiciera observación justamente Hildebrandt en alguna entrevista, a lo que ella muy digna le replicara que «un arequipeño nacía donde se le daba la gana»). El hombre no vio mejor forma de homenajear a su maestro ya fallecido en el centenario de su nacimiento. Porque Federico More si algo fue fundamentalmente es periodista y así es como es más conocido por la gente de ese gremio. Tanto que Hildebrandt no puede si no lamentar sus «desvíos» al final de su vida del acaso mejor periodista que naciera en Puno, insidioso panfletario, desordenado genio de prosa barroca… Su vida fue un vivir el momento, como si el periodismo no fuera sólo su oficio sino también su esencia. Me dieron ganas de saber un poco más de él.

Y entonces recordé que al ser una recopilación, Andanzas no tenía todo el material escrito por More, y sobretodo una de sus obras más polémicas, Una Multitud contra un Pueblo, de 1934 , esencialmente un ensayo contra el aprismo, sólo tenía de ella una selección, de lo más medular sí, pero selección al fin.

Buscando encontré un blog que recopila material relacionado, pero del texto completo de su panfleto nada, hasta que vía DuckDuckGo hallo lo que buscaba, claro que solamente como un escaneo del libro de 1934 algo incompleto al haberse hecho este sin cuadrar bien las hojas en algunas que hacen aparecer cortado un lado. Pero algo es algo, y acaso pueda encontrar el original físico por mi mismo eventualmente, así como eventualmente me crucé con Prosas de la Luna y el Mar en una biblioteca de provincias y Andanzas de Federico More en un puesto de venta de libros usados.

¿Por qué mi interés en Una Multitud contra un Pueblo? Por su planteamiento. Piensen en la época que fue escrito, inicios de los años 1930s. En ese entonces el totalitarismo estaba en boga, amenazando las democracias liberales consolidadas y las que aún se estaban construyendo a trompicones: los comunistas por un lado y los fascistas por el otro… y Polonia lo sabe. Perú no estuvo exento de esa realidad, representada por el APRA primigenio. ¿Y en qué se apoyaban esos totalitarismos para imponerse sobre el orden establecido previo? En masas levantadas, indignadas, violentas y descontroladas siguiendo consignas. A eso se dirigió Federico More, distinguiendo esa masa amorfa, desindividualizada que él llamaba «multitud» de lo que él llamaba «pueblo». Alguien más contemporáneo hablaría de oclocracia vs democracia. ¿Se oye similar? La historia acaso no se repite, pero de que rima.. rima. Quizás estemos a puertas de un nuevo ciclo donde la consigna sea el nuevo bien pensar, donde grupos interesados en el poder desde aparentes extremos se apoyen en sus propias multitudes, o turbas, como en la cita al inicio de este post.

Queda entonces este libro acaso como una advertencia.

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Por UnOsoRojo

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