[B-Review]
Las crónicas del michi

La vida del escritor y fotógrafo estadounidense Carl van Vechten fue una señalada por la inconformidad y el individualismo comprometido. Por ello resulta sintomático que luego de algunos años siendo conocido como un crítico literario y musical en la escena neoyorquina, usara catorce meses de su vida entre 1919 y principios de 1920 para sentarse a recopilar historias, anécdotas y curiosidades sobre la participación de los gatos en el folclor, la superstición, la legislación, la vida, la cultura y el alma de los poetas de distintas partes del mundo (o sea Occidente y algo más) con una erudición digna de la causa.
El producto que salió de todo ello fue uno donde nuestros domadores felinos se pasean en sus páginas como gatos en SU casa. Un libro que esperó casi un siglo en tener una versión al castellano pero que visto lo visto, valió la pena. Llena de nombres de gatos, de nombres de sus humanos, de historias de sus humanos describiéndolos, Van Vechten logra que lo que en manos de un amante de los perros sería un batiburrillo de material aleatorio sin concierto, convertirlo en un batiburrillo de material aleatorio disfrutable y candidato a servir de fuente para mil posteos de SáGATO CATurday. Y eso se lo agradezco.
Si eres ailurofílico es una lectura obligatoria. También si no lo eres pero te gusta la prosa de inicios del siglo XX.
Más que un amante de los gatos

Nacido en Iowa en 1880, licenciado en la Universidad de Chicago, mudado a Nueva York con 26 años, Carl van Vechten se trabajó por bastante tiempo como periodista. El Tigre en la Casa coincide con una etapa de su vida profesional en la cual pasa de publicar ensayos a incursionar en la novela. Aunque por su estilo se lo suele enmarcar como representante de la primera hornada de los escritores estadounidenses realistas y urbanos que tiempo después se conocerían como La Generación Perdida, al limitarse su actividad narrativa fundamentalemente a la década de los 1920s (aunque luego publicara una que otra vez) no se le suele reconocer mucho. Por ello que las traducciones de sus obras al castellano han demorado tanto.
De esa etapa destaca entre otras El Paraíso de los Negros ( Nigger Heaven, 1926), un libro controversial por su título («nigger» es una forma despectiva de llamar a los afroamericanos en EEUU, en un grado tal que su traducción «negro» en castellano ni se le acerca en peso semántico) y por su trama… incluso entre la misma comunidad afroamericana. Basada en su experiencia como asistente del llamado Renacimiento de Harlem, una época de revaloración de la cultura afroamericana que irradió desde el conocido barrio neoyorquino y que incluso tuvo influencia al otro lado del océano, su éxito como novela llevó a más gente blanca a interesarse y frecuentar los locales culturales (y no tan culturales) de la zona. Ello, aunado a su labor como promotor de varios artistas afroamericanos lo convirtieron en uno de los más conocidos animadores y aliados de ese movimiento.

Luego, en la década de los 1930s dejó de publicar tan a menudo y se dedicó a la fotografía, llegando a retratar a varias celebridades de su época hasta 1964, cuando murió, siendo recordado como alguien divertido, narcisista, elegante, el tipo que conoce a todos en las fiestas y que todos conocen. Muchas anécdotas dejó, aunque no hijos, a pesar de haber estado casado por medio siglo con la actriz ruso-estadounidense-judía Fania Marinoff. Esta estaba consciente de la homosexualidad de su marido. La suya, así, habría sido una relación de complicidades compartidas, de camaradería, y sí acaso de amor a su manera.
La Yapa:
Comentarios