[A-Review]
César, animevidente.
Paro los que fuimos niños en los 80’s, la televisión fue a menudo usada por nuestros padres como niñera. Mucho de nuestro gustos, valores y desviaciones se deben, acaso, a todos los programas de concurso, noticieros, películas, telenovelas y dibujos animados que consumimos a través de ella. Entre todo, eran éstos últimos (los dibujos) los que más nos llamaban la atención, desde Los Pitufos hasta He-Man, desde Las Fábulas del Verde Bosque hasta Cobra, y aunque nosotros a menudo desconocíamos sus procedencias los que destacaron siempre por su calidad eran los japoneses, los llamados animes. Uno crece, es cierto, pero en nuestras vidas la tele no perdía presencia, lo mismo que esos dibujitos de ojos grandes, de manera marginal, ocasional, acaso, pero constante. En cuanto a mí, su descubrimiento (o re-descubrimiento debería decir) lo haría más adelante, igual que muchos otros.
Era la segunda mitad de la década de los 90’s, cuando estaba en la universidad estudiando Contabilidad y Fujimori gobernaba este país con mano dura. Curioso, ¿no? El Perú es el único país de América Latina y puede que incluso del mundo que ha tenido un gobernante hijo de japoneses, exceptuando Japón obviamente. A los sociólogos les corresponde determinar cuanto ello promovió el surgimiento de los grupos de aficionados al anime, manga y anexos, y cuyo interés hasta ahora se mantiene y crece.
La segunda mitad de los años 90’s…
Podría ser cómodo y decir que mis animes favoritos entonces eran Super Campeones, Caballeros del Zodíaco y Dragon Ball Z. Soy de esa generación, claro, y aunque reconozca sus valores de producción y otros de sus méritos, incluso entonces no lograron entusiasmarme lo suficiente como para decir que era fan, ni mucho menos. Incluso ni los vi completos, y ahora me daría flojera soplarme tooodos sus episodios. Como siempre la Toei alargando sus producciones, ¿no?. Así pues, mi interés por el anime no vino por ese lado.
Como dije, estaba en la universidad, y entre una cosa y la otra (académica, vivencial y románticamente hablando) los animes no me llamaron especialmente la atención hasta una serie que se conoció acá como Samurai X, pero que en su versión original japonesa se llama Rurouni Kenshin: era la historia de Kenshin Himura, un samurai que había participado en el bando del Emperador como asesino político durante las luchas civiles al final de la era Tokugawa, y que al final se retira para dejar esa vida de asesino, convirtiéndose en un vagabundo que ayuda a los inocentes con una katana de filo invertido que le permite pelear sin tener que matar. La serie lo presentaba desde el momento que acaba en Tokyo, en el doujo de Kaoru Kamiya, una muchacha muy enérgica pero algo impulsiva, y en donde Kenshin se queda alojado para además de hacer los quehaceres domésticos, encargarse de enfrentar una amenaza tras otra, incluyendo viejos enemigos que lo buscan desde su sangriento pasado. Era una gran historia, aunque en un momento se desviara del manga original para tomar un camino que nunca me llegó a convencer. El bichito me había picado, sobretodo porque la televisora que pasaba el anime lo canceló sin explicación alguna, cosa común.
Esos tiempos también fueron de la incursión de la internet en nuestras vidas, y allí estaba yo, buscando información a 3 soles la hora, y encontrando alguna. El anime era algo más de lo que yo suponía, tenía una larga historia y entonces me di cuenta de cuántos animes había visto sin saberlo, incluyendo ciertos clásicos de Leiji Matsumoto que recordaba vagamente, y ni decir Mazinger Z, Robotech (Macross en realidad), Candy, Gigi (Minki Momo), etc, etc. Incluso Transformers se podía incluir.
Pero vivir en Tacna era estar aislado; en ninguno de mis amigos encontraba el mínimo interés y la verdad me daba un poco de vergüenza sacar el tema sin más, hasta que conocí cierta revista y leí unos afiches que hablaban de una próxima proyección de animes que hasta entonces sólo había conocido por la web. Bueno, ese domingo me encontré haciendo la cola en el Cine Pacífico, y un par de meses después me inscribía en el Club Sugoi Tacna, filial del de Lima, del cual ya he escrito que es para mí referente de la movida animera de finales de esa década y principios de la actual.
En esas funciones, maratones las llamábamos, que duraban desde las 9 de la mañana hasta media tarde y que consistían en hasta 12 capítulos de series y/u OVAs, u 8 más una película, conocí a varias personas con quienes compartir mi afición naciente. Claro que nunca hice cosplay, y en realidad mi cuarto nunca ha lucido como el del estereotipo de un otaku, lleno de posters y muñequitos. Creo que tenía tendencia a ser algo flojo. Es más, sólo la gente de las maratones sabía que yo era aficionado, aunque alguna vez invitara a un compañero de la universidad, del trabajo o pariente. Ahora pienso en ello como si llevara una doble vida: de lunes a sábado, yendo a la universidad y trabajando en una oficina contable, una, y la otra cada dos domingos embutiéndome de buen anime y algún sábado cada tantos meses yendo a una de las primeras fiestas animes que empezaron a organizarse en la ciudad, pero siempre con perfil bajo; también era bueno en pasar desapercibido.
A diez años de eso me pongo a pensar cuánto he cambiado. Quiero pensar que el tiempo me ha madurado. Entonces era “irresponsable”, con lo que quiero decir que no tenía responsabilidades. Ahora es distinto. Mis obligaciones son muchas: hay que “llevar el pan a la casa”, como dicen, y por ello me he desligado bastante de las amistades que hice entonces, pero siempre me las ingenio para saber qué hay de nuevo en este mundillo. Es increíble todo lo que está al alcance ahora y que tan complicado era conseguir antes. En mi disculpa debo decir que tampoco uno puede estar siempre pensando en cosas serias ¿no?; hacer eso es camino seguro al stress y una garantía de gastritis.
Todo lo hecho o no hecho te hace lo que eres. Algunos de los animes que vi entonces influenciaron mi apreciación artística posterior, y por ende mi estilo para escribir. Y es que en ese entonces escribía muchas cosas: cuentos, embriones de cuentos, hasta poesías en los que de una forma u otra se nota esa influencia, muchos de ellos perdidos, otros desechados. Está bien, entonces no sabía bien lo que quería, deseaba decir. ¿Ahora lo sé? Este blog me sirve para eso, para saberlo. ¿Y a qué tanta vuelta? Pues esta semana comienzo una serie de retrospectivas de algunos de esos títulos de hace una década y más atrás inclusive, muchos de ellos entonces y ahora casi sólo conocidos en occidente por los aficionados que iban y van más allá de lo que la televisión abierta y el cable ofrecía, para una generación a la que que casi sólo le suenan cosas como Dragon Ball y Caballeros del Zodíaco de entonces; y para las que ahora apenas le van a Naruto y One Piece. En estas Retrospectivas Animescas, éstarán los títulos indispensables, trascendentes como hechos estéticos e hitos que fueron en su momento. Espero hacer un trabajo aceptable.
De otro lado, invito a ver otra remembranza de una otaku de generación posterior en Número Zero.
La Yapa:
[…] hubo un tiempo en que las opciones eran pocas, como recuerdo en este post, reducidas a lo que estaba disponible en la televisión o en físico «pirata»: la internet a […]