[B-Review]
Otro gigante argentino
Pareciera que no puedo librarme de Jorge Luis Borges, pues después de haber hecho una reseña de una novela que relata un ficticio encuentro de este con Heinrich Himmler, vengo a hacer una de la más famosa novela de su amigo Adolfo Bioy Casares, La Invención de Morel. No me quejo, pues al final era un título con el que estaba en deuda por todo lo que implicó, por su influencia en la literatura fantástica en castellano posterior en general (incluida la de Borges, faltaba menos), el haber prefigurado temas como la realidad virtual y la inteligencia artificial y el ser además una historia con un buen manejo del misterio y giros.
ALERTA DE SPOILERS. Por favor, aunque se trate de una novela de hace más de 80 años considero que por su valor intrínseco antes de continuar desde este punto deberían de leerla antes. Además, ni tan larga es.
¿Ya lo han hecho? OK, bienvenidos de vuelta.
El fugitivo
En el prólogo que escribió, Jorge Luis Borges caracteriza a la novela de su amigo como «de peripecias». Definición sutil que sin embargo al relacionarla con la «de aventuras» la contrapone a la otra, la «psicológica» que según él «propende a ser informe» cuestionándola. Agregado a ello también menciona el género «policial» por que al final los extraños hechos narrados tienen su explicación mediante «un solo postulado fantástico pero no sobrenatural». En general eleva a La Invención de Morel como una obra perfecta, literalmente, entre otras cosas por atreverse a ser lo que es y por su innovación. Algo hay, sí.
Debo confesar que me costó engancharme al principio con los primeros episodios, que no capítulos, porque la novela está escrita de un solo tirón, con sólo asterismos (que así se llaman esos tres asteriscos centrados) dividiendo sus partes. Las peripecias de su protagonista que está escapando de la justicia y ha hallado un escondite en una isla perdida en el Océano Pacífico con una historia truculenta detrás (la isla no el personaje, que ni sabemos su nombre ni mucho mayores circunstancias salvo que parece ser fan de Malthus y poco más y sólo deducimos que podría ser venezolano), su ocupación de un «museo» abandonado construido en 1924, la aparición de gente extraña vestida un poco fuera de moda que lo llevan a esconderse de ellos en una zona de pantanos y vivir de raíces y demás aborrecible comida de náufrago… todo eso lo leemos de su diario y lo sentía muy convencional.
Entonces conoce a Faustine. O mas bien la ve de lejos mirando el atardecer, a veces acompañada con un libro. Le parece vulgar a primera vista, luego se enamora de ella. Porque sí, tenía que haber un romance desgraciado en esta novela, porque aunque el protagonista se arriesga a ser descubierto, atrapado, esposado, extraditado, encarcelado y trata de acercársele ella no le hace caso, ni siquiera lo ve, no sabe que existe. ¿Cómo podría? Viven en realidades diferentes.
También conoce a Morel, al que asume como su rival.
Dos soles, dos lunas, mucha calor
Pero al final resulta que no era en sí Morel quien lo separaba de su amada. O mas bien no sólo él, o las diferencias sociales, legales, migratorias o incluso la condición casi animal a la que se había rebajado luego de tanto tiempo viviendo como un cavernícola inepto.
Es más o menos por acá cuando nos vamos dando cuenta de más y más elementos fuera de lugar en la presencia de los visitantes, que al principio parece que solo vinieron a pasar unos días de vacaciones. No sólo es Faustine, nadie más parece darse cuenta de que el protagonista está merodeando. Todo eso da un aire de irrealidad cada vez más ominoso y me dije: «el protagonista está muerto, es un fantasma». Además, hay dos soles en el cielo y dos lunas, y más calor del que debería haber, ¿y porqué se ponen a festejar en medio de una tormenta? ¿Y no se fijan en que el agua de la piscina donde se bañan está sucia o que los matorrales donde bailan están llenos de víboras? Entonces me dije: «no, el protagonista está loco, todo lo que nos narra no es sino una larga alucinación».
La verdad acaba siendo aún más horrible, y nos fue advertida desde el mismo título.
Atrapados, eternos
La invención de Morel es exactamente eso: Morel es un inventor obsesionado con registrar la realidad más allá de las mundanas fonografías, fotografias y cinematografías disponibles entonces. No, él lo quería todo. Y lo consigue pagando el precio: la máquina que crea graba no sólo imagen y sonido, también gusto, tacto, olor, sensaciones, toda la vida en su conjunto… pero también la mata. Quien pasa a su registro muere de forma horrible, pero allí en la memoria de la máquina siguen vivos desgajados de la realidad en otra, repitiendo los mismos actos una y otra vez, ¿más que fantasmas?
Y entonces decide Morel que quiere pasar la eternidad con sus amigos en un pequeño paraíso. Es un hombre con recursos, compra una isla y hace construir en ella todas las estructuras que el protagonista encuentra al inicio, incuyendo su máquina. Luego, los convoca a todos para su disfrute y al final de una semana de descanso y fiesta veraniega les anuncia o trata de anunciarles lo que ha hecho: los ha registrado a todos en la isla para que sean proyectados (porque esa es la otra parte de su invento, como un fonógrafo o una cámara de cine que registra y luego reproduce lo que registró en secuencia) indefinidamente en ella. No lo toman a bien, sobretodo los que entienden que van a morir como lo hicieron los primeros experimentos de Morel.
Entonces entendemos junto al protagonista que los cuerpos «despellejados, calvos, sin uñas —todos muertos—» que le contaron que se habían encontrado allí eran ellos, incluida Faustine, y que los que ha estado viendo en la isla, y los dos soles, las dos lunas, el calor inusitado y todas las otras irrealidades que le rodean no son sino la proyección de la máquina de la grabación de esa semana y que se activa de manera intermitente cuando los generadores de la isla tiene electricidad gracias a las mareas.
El protagonista decide grabarse a él también y de esa forma superponerse a la grabación de Morel junto a Faustine.
El espejo
Referencia borgiana, pues era una de sus obsesiones, cuando estuve leyendo esta novela no se me quitaba la idea de que además del prólogo, el amigo de Adolfo Bioy Casares, Jorge Luis Borges, hubiera participado directamente en su redacción. No hubiera sido la primera ni la última vez que trabajaran juntos. Sin embargo, todo parece indicar que no, que esta obra es totalmente de la autoría de Bioy. Pero las notas del editor…Digo, el juego meta tan característico del académico Borges está allí. Aunque también puede ser algo que compartieran ambos, aún no conozco tanto de Bioy como para descartarlo, por la influencia mutua que habrían tenido por tantos años de amistad y colaboraciones.
Aunque en definitiva no hay un espejo como tal llenando las pesadillas o ensoñaciones del protagonista, sí que Morel lo usa como un símil para describir lo que hace su máquina: «Pero si abren todo el juego de receptores, aparece Madeleine [una amiga del grupo, ausente], completa, reproducida, idéntica; no deben olvidar que se trata de imágenes extraídas de los espejos, con los sonidos, la resistencia al tacto, el sabor, los olores, la temperatura, perfectamente sincronizados.» Se podría decir que el protagonista de la novela es como alguien que ve a su amada a través de un espejo que no puede cruzar para alcanzarla, invirtiendo la imagen de Alicia que usaba un espejo para adentrarse en otra realidad, un espejo ya no puerta sino muralla.
Esta irrealidad cruza toda la obra, convirtiendo al protagonista en un ser patético, otro mero reflejo en otro espejo, pero al mismo tiempo en alguien entrañable.
Otras ilustraciones realizadas por Norah Borges para La Invención de Morel
Si desean leerla la pueden adquirir además de en su librería de confianza, en Amazon, Buscalibre, o pujar por esta primera edición si aún está disponible.
La Yapa: