Versos del Carnaval, poema de Leonidas Yerovi

[Op. Cit.]
Y llegó el Carnaval con sus excesos habituales (¡vivan los excesos cuando son mutuamente consensuados y mutuamente gozados!) por lo que se me antojó exhumar de una vieja recopilación este poemilla de aquel “bardo decadente del numen incandescente”, aquel “pájaro burlón”, el satírico de aquella mancha a la que su compañero Federico More bautizará años después como la Generación Infortunada: con ustedes, Leonidas Yerovi. Disfruten ese lado bufón y festivo que lo hizo conocido entre ese grupo de salvajes bohemios:

Versos del Carnaval

 

Pierrot estaba y no estaba,
pero yo estaba…
I

…Fue de pronto. Fue tras una
caricia con que la luna
me obsequió gratuitamente
sin rubor y sin malicia,
cuando repentinamente
fui a buscar al sin fortuna
guiado por la caricia
de la luna – consecuente…

Yacía el triste inconsciente
lívido en la estrecha fosa
en donde a ratos reposa
según el desdén le acosa
o le lanzan los literatos;
yacía lívidamente,
o congelada en su frente
una línea de sudor
surcaba la blanca harina
que humedeció Colombina
con sus ósculos de amor…

¿Estaba muerto? ¿Soñaba
con ella? ¿Estaba dormido?…
No lo sé, ni me importaba.
Pierrot estaba y no estaba,
Pero yo estaba bebido…

Su faz transparente y seca
se transía en una mueca
estupendamente loca
y era agresiva la hueca
negrura de su ancha boca…

Mas él estaba y no estaba
pero yo estaba… y buscaba
su bullente compañía,
y apuntalando a un ciprés
el fracaso de un traspiés
que me llevaba y traía,
le dije sarcástico:
–¡Ea!
ya ves que soy capaz
de venir por ti, así sea
porque no duermes en paz
o porque el mundo te vea!…

Y bajo el blanco disfraz
que de antaño le cubría
vi que Pierrot se movía
levemente estremecido.
¿Despertaba? ¿Suspiraba?
¿Estaba muerto? ¿Dormido?…
Pierrot estaba y no estaba.
¡Yo sí que estaba bebido!

–¡Arriba! –le dije– ¡Arriba!
Pierrot! La luna, cautiva
de la esfera sideral,
ha llegado de sorpresa
para besarte en la huesa
y amortajado te besa
porque llegó el Carnaval.

Rompe tu sueño fatal,
destroza tus ligaduras
y álzate, sal y acompaña
a quien te invita el champaña
de todas las aventuras;
olvida las amarguras
de aquella mujer… aquella
Colombina infiel y bella
de tus viejas ilusiones;
ven y bajo los pompones
rojos de tu molinera
goza la vida reidera
de todas las libaciones.

Y ante aquel nombre querido
vi cómo se levantaba.
Le vi de mi brazo asido…
Pierrot estaba y no estaba,
pero yo estaba bebido.

II

Surgimos en un salón
de baile, que era un manchón
de luces y de colores
en rara combinación.

Vahos de extraños olores,
aromas de ajadas flores,
rumores de loca fiesta,
giros, voces, ademanes
y desenfrenos de orquesta
que sabían a cancanes…

Brillaba como ascua de oro
aquel salón circular
donde era el estruendo un coro
elevado sin cesar.

Temblaban en los espejos
con luminosos reflejos
los focos de las cornisas,
y bajo las claras ondas
todo era frufrú de blondas
entre estallidos de risas;
fulgor de vivas miradas
encuentro de ojos traviesos,
diapasón de carcajadas
y húmedo sonar de besos…

Todo era luz en cambiantes
y color y animación;
todo notas discordantes,
hasta el saltar del tapón
de los vinos espumantes…
¿Y Pierrot? Pierrot asido
de mi brazo forcejeaba
por huir hacia el olvido…
Pierrot estaba y no estaba,
pero yo estaba bebido.

De improviso, dominante,
delatora, cristalina
una risa trepidante:
la risa de Colombina
que le reía a un amante;
y casi en el mismo instante
a un rudo brazo sujeta,
fatigada de bailar,
Colombina, – ¡la coqueta!…
que se marchaba a cenar…

Pierrot vibró al escuchar
la risa de aquel reír
y al ver a la infiel pasar
sintió el ansia de morir
pero sin resucitar.

Y yo que le sostenía
y yo que le comprendía,
pérfida, perversamente
le deslicé en el oído:
–Como tú estabas ausente…
¡y gozaba interiormente!…
¿Me escuchó? ¿No me escuchaba?
¿Estaba al fin convencido
de la traición que miraba?…
Pierrot estaba y no estaba…
¡como yo estaba bebido!…

Hice fácil presa de él
y fui a acordar a mi presa
sobre el más blanco mantel,
que engalanara una mesa,
y de improviso, – ¡oh sorpresa!…
junto a una mesa vecina,
un pastel… y Colombina
que devoraba el pastel;
y hacia el extremo distante
grotesco hasta en la silueta
el rostro del nuevo amante
detrás de una servilleta…

Sacudí a mi compañero:
–Pierrot –le grité– repara
¡escudriña aquella cara
vecina a ese caballero!

Y a mis voces de algazara
volvieron todos de frente
y nos faltó tiempo para
medirnos rápidamente.

Luego – Señor, qué divina
escena en ruido y tropel –
–¡Pierrot! – grita Colombina
–¡Colombina! – grita él.

El galán, cuyo papel
airoso decae bastante,
se interpone blasfemante
y yo acudo a la razón,
y al jolgorio de la fiesta
va a unirse la trapatiesta
del diminuto salón…

Una escena de balumba
– ¡Pierrot! – ¡Colombina! ¡Tú!…
(¡y el galán que siente su
decepción y su fracaso!)

Luego una fuente que zumba,
más tarde el zumbar de un vaso…
y ya armada la querella
el tremolar de una silla
el volar de una botella
y el adiós de la vajilla…
–¡Maravilla! ¡Maravilla!

Todo, decididamente,
era un rasgo sin igual,
¡por algo hay un esplendente
domingo de carnaval!
¡era noche de aventuras,
era una noche divina,
la figura de las figuras
de Pierrot y Colombina!

¡Por ellos todo! Qué bello
remendar su viejo afán
de amores…
Y loco en ello
fui a retorcer por el cuello
al incógnito galán…

Y el galán, a quien así
por bajo de la barbilla,
irguiéndose sobre sí
por no moler más vajilla
comenzó a molerme a mí…

Fue una lucha detestable,
¡cual se portó el miserable
valido de su poder!
¡Aun Colombina, la fina
silueta de Colombina,
optó por desaparecer!

Y mientras yo desvahido
de mi suerte blasfemaba
bajo el rencor del bandido,
¿Pierrot estaba?… ¡No estaba!
¡Pero yo estaba molido!…

Autor: Leonidas Yerovi (Lima, 1881 – 1917)

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3 comentarios en «Versos del Carnaval, poema de Leonidas Yerovi»

  1. Me alegra que te haya gustado. Yerovi fue uno de nuestros poetas más divertidos de principios del siglo XX. Es una lástima que muriera tan joven. Incluso tengo en mi biblioteca la conmovedora oración que Valdelomar le dedicó en su entierro.

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