[Pata de Palo]
¿Quién ha visto a un “hijo de buena familia” hacer su Servicio Militar en el cuartel junto con los “cholos”? Y eso que hasta finales de los 90’s el Servicio Militar era “Obligatorio”.
Relato tomado del primer libro de Antauro Humala Tasso, Ejército Peruano: Milenarismo, Nacionalismo y Etnocacerismo (Lima, Instituto de Estudios Etnogeopolíticos – IEE, Mayo del 2001)
Como a la mayoría de oficiales, me ha tocado la responsabilidad de efectuar levas. En tales ocasiones, simplemente salía con un camión y un grupo de soldados a los sitios populares más concurridos y efectuaba mi labor; indocumentados, malandrines, despistados [en esa categoría entró el autor de este blog, levado y luego soltado por la gestión de un familiar militar en 1997] e inclusive alguno que otro vago “denunciado” por sus propios vecinos. Todos cumplían con el prototipo requerido: ser cholos y humildes.
Pero cierta vez me sucedió un caso didáctico:
Estando sirviendo en Tumbes en los días previos al conflicto con Ecuador (1995), era tal el déficit de reclutas, que –dada la coyuntura que se vivía– cada jefe de compañía se hacía, “independientemente”, responsable de completar sus efectivos. En vista de ello salí con una patrulla al cruce de la Panamericana con la pista que va a San Pedro de los Incas (Corrales) y dispuse que se detuvieran todos los vehículos, sin distinción que fueran particulares o de uso público. En eso mis soldados detuvieron un par de camionetas 4×4, doble cabina, lunas polarizadas, full equipo y con media docena de surfistas que portaban sus tablas hawaianas en la parte posterior de los vehículos.
A primera vista me parecieron –por sus aspectos gringos– extranjeros (que iban a surfear a Punta Sal, Cabo Blanco o Máncora), pero cuando recibí sus “electorales” resultaba que eran “compatriotas”. Por consiguiente concluí que también les correspondía incluirse en la leva, y sin hacer caso de sus protestas ordené que fueran embarcados al camión. Una vez en el cuartel, hice formar a los levados en orden de talla. Dio la “casualidad” que todos los surfistas (de 1.80 m para arriba) eran los más altos y encabezaban la sección de los 40 individuos que habían sido captados aquella tarde.
Al darle cuenta al mayor del cumplimiento de esta orden, este salió de su oficina para inspeccionar a los nuevos reclutas. Mas al ver sección tan inusual se quedó extrañado y pensativo; los sargentos monitores les quedaban en el hombro a sus reclutas “pitucos”, quienes –demasiado bien nutridos– marcaban un contraste antropológico con sus esmirriados y andrajosos “promociones” indios, cholos y zambos. Asimismo, era evidente –sólo con cruzar un par de palabras– que poseían una educación de otra categoría que la semianalfabeta de sus cabos y sargentos, por encima de la suboficialidad e inclusive de algunos oficiales.
Al percibir las “dudas” de mi superior, que no atinaba a decirme algo, le comenté:
–Mi mayor, entiendo que estos también son peruanos, por consiguiente tienen el deber, más aun en esta emergencia, de servir en “su” ejército.
El mayor luego de asentir con la cabeza me respondió pausadamente:
–Dale cuenta tú al comandante.
Puesto que el comandante ya se había retirado, aquella noche –la única en sus vidas– pernoctaron, esos ciudadanos, como todo recluta del EP; contabilizados y vigilados hasta para ir al malacate para sus necesidades higiénicas, apretujados en colchones pestilentes y compartiendo la frazada agujereada con alguien que en la calle podría ser su doméstico, formando y haciendo cola para sus respectivos ranchos, confundidos y, en fin, conviviendo “codo a codo” con una sufriente masa “de color” nativo de la cual los separaban –histórica, cultural y nutricionalmente– un abismo de 500 años.
Los problemas administrativos fueron inmediatos; en ningún almacén había un juego de uniforme y borceguíes que les acomodaran, puesto que las dotaciones de prendas son establecidas racialmente en función a las tallas standard de tropa (small y medium) y en cuanto a calzado, oscilando entre 36 y 40 (constituye un acontecimiento encontrar un número 42). Los problemas sanitarios no se hicieron tampoco de esperar; por la noche muchos de ellos tuvieron que ser tratados en el tópico por serios cólicos que les habían provocado los alimentos de la paila común de tropa. Pero, en esencia, aquella “desmetabolización” era etnocultural: Los clases, suboficiales y oficiales tenían problemas “extra-técnicos” para comandarlos; las expresiones y trato con los que solían comandar a los “cholos”, desencajaban para con estos “patricios blancos” tan extraños a los cuarteles del Perú. Inclusive llegué a percibir, particularmente entre los clases, un estupor al dirigirse a sus nuevos “subordinados”. En resumen, aquellas horas de “crisis” constituyeron un acontecimiento en que la tropa antigua asomaba de sus cuadras para ver a estos consternados “patrones” servir como ellos.
Al día siguiente, al darle cuenta a mi comandante, su actitud fue parecida a la del mayor, pero –reaccionando al poco rato– me ordenó que los soltara en el acto. Fue la última vez que me comisionaron para levar. Evidentemente que mi “falta de tino” fue desconsiderar la funcionalidad etnotáctica, propia de toda milicia “de color” subdesarrollada y alienada. Pero, tal como posteriormente me comentara mi mayor, además de eso había un motivo “práctico y delicado”; la presencia de una tropa no “standarizada” en el biotipo y sociotipo acostumbrado, atentaba contra la impunidad de una dolosa administración de víveres, prendas y propina prácticamente ya institucionalizada.
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Creo que poco hay para agregar. Sólo recordar que a finales de los 90’s el caso de un universitario tacneño muerto después de ser levado provocó protestas y marchas. Ello coincidió con una campaña en contra de la permanencia de un Servicio Militar Obligatorio propiciador de abusos. Poco tiempo después se pasó a un nuevo régimen: el Servicio Militar Voluntario, que ha tenido como efecto directo el vaciar los cuarteles.
"Funcionalidad Etnotáctica", que cague de risa…
César A.
Con funcionalidad etnotáctica Antauro Humala se refiere (p. 83 y ss de su libro) a la asimilación dentro de nuestra milicia, del elemento menos occidentalizado (normalmente más cobrizo) como simple carne de cañón, reservando los escalafones superiores a los más occidentalizados (normalmente más blancos). No habla allí de una cuestión de razas sino de etnias, que no es lo mismo, pues «etnia» se refiere mas bien a una «categorización biológico-cultural… lo que se denomina el alma colectiva de un pueblo».
De ello se desprende esta «anécdota», pues en ella se ve cómo ciertos «biotipos» y «sociotipos» peruanos no eran asimilables en el ejército como simple tropa. Eso sería ir contra el statu quo, del cual las fuerzas armadas son por definición sus guardianas.
Eso es mas falso….seguro antes de escribir se fumo un pito, quienes hemos servido en el ejercito peruano en mi caso al menos nunca vi colchones pestilentes ni frazadas agujereadas, la rabia lo hace escribir tonteras.
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