[Op. Cit.]
«… Y comprendía, ahora, que el hombre nunca sabe para quien padece y espera. Padece y espera y trabaja para gentes que nunca conocerá, y que a su vez padecerán y esperarán y trabajarán para otros que tampoco serán felices, pues el hombre ansía siempre una felicidad situada más allá de la porción que le es otorgada. Pero la grandeza del hombre está precisamente en querer mejorar lo que es. En imponerse Tareas. En el Reino de los Cielos no hay grandeza qué conquistar, puesto que allá todo es jerarquía establecida, incógnita despejada, existir sin término, imposibilidad de sacrificio, reposo y deleite. Por ello, agobiado de penas y de Tareas, hermoso dentro de su miseria, capaz de amar en medio de las plagas, el hombre sólo puede hallar su grandeza, su máxima medida en el Reino de este Mundo.»
ALEJO CARPENTIER: El Reino de Este Mundo, IV, IV. Agnus Dei
De una de las obras fundamentales del escritor franco-cubano Alejo Carpentier, con aliento de vudú y realismo mágico (cuando aún no lo llamaban Realismo Mágico, el propio Carpentier definía a su propuesta como reinvindicación de lo Real Maravilloso de América Latina), es la última reflexión a que su protagonista llega luego de haber presenciado diversos hechos de la independencia haitiana, que al final siente sólo como un «eterno retoñar de cadenas», un «renacer de grillos»: amos blancos primero, luego amos negros y mulatos, pero siempre amos. El destino del Hombre acaso es siempre buscar más.
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