Jueves 7 de febrero de 1991: El entonces presidente Fujimori (aún El Chinito) irrumpe en nuestra programación televisiva habitual para mostrarnos un video que hará historia.
Sí, Abimael Guzmán Reynoso, alias el Presidente Gonzalo, aquel que alguna vez alucinara ser la Cuarta Espada de la Revolución Comunista, el líder de la organización maoísta Sendero Luminoso, al final de una reunión con sus principales mandos bailando no una marinera, no un huayno, ni siquiera una salsa, sino la canción de «Zorba el Griego». Extraña elección para un natural de Mollendo, pero fue lo que fue; entonces conocimos por fin al hombre tras el Terror, responsable de involucrarnos en una lucha que le costó la vida a miles de nuestros compatriotas, asesinados por sus esbirros polpotianos y por los chacales de los militares (¿quién fue más asesino? Sólo Dios lo sabe). ¿Y para qué, al final? El Perú no lo quiso, no lo quiere; su única obra fue hacernos perder una década, llenar cementerios, desplazar gente de su tierra, romper familias y legarnos la izquierda más retrógrada y capada de este hemisferio.
Tantas cosas pasaron luego de estas imágenes, hace 18 años. Unos meses después Fujimori nos volvería a sobresaltar anunciando la disolución del Congreso y la reorganización del Poder Judicial (el autogolpe le llamaron); a mediados del año siguiente, el Jirón Tarata en Lima quedaría en ruinas: la Guerra Popular popular ahora iba contra la pituca Miraflores, como antes había ido contra los perdidos pueblos de la sierra y la selva (un poco antes, la sede del canal 2 de Lima había sido también víctima de un coche bomba); y en septiembre volvíamos a ver a Guzmán protagonizando un par de momentos inolvidables: capturado en su escondite y exhibido pocos días después dentro de una gran jaula vistiendo un traje a rayas. Y no olvidarse cuando firmó su capitulación ante cámaras.
Hasta nunca, Presidente Gonzalo.