La coerción es mala para la economía
Una característica común de las políticas económicas de la administración Obama es el uso de la coerción estatal. La Ley Obamacare para la salud obligó a los individuos a comprar un seguro de salud. Los aumentos de impuestos de la administración se hicieron de una porción mayor de las ganancias de millones de personas. Y las agencias federales están imponiendo una creciente cantidad de regulaciones laborales, ambientales y financieras a las empresas.
Los expertos en políticas públicas que favorecen el mercado señalan los efectos negativos de cada intervención, pero la administración continúa concibiendo nuevas formas de tomar nuestro dinero, restringir lo que hacemos, y manipular la economía.
Los social demócratas o progresistas parecen no tener idea de por qué las economías libres funcionan mejor que las economías basadas en la autoridad central. Ellos favorecen el uso de la fuerza centralizada aparentemente porque piensan que eso crea beneficios prácticos. Pero la coerción no es una forma práctica de ayudar a la economía —las regulaciones y los impuestos rara vez nos benefician. Algunas personas puede que ganen con esto, pero la gran mayoría de la gente pierde. La coerción suele destruir valor, no crearlo.
Hay por lo menos cuatro razones fundamentales por las que esto ocurre.
Primero, porque el gobierno utiliza la coerción, sus acciones están basadas en adivinanzas. Las regulaciones son ordenes desde arriba hacia abajo, no esfuerzos por encontrar un acuerdo común. El gasto depende de la tributación obligatoria, no del ingreso entregado voluntariamente por los clientes. De manera que las acciones del gobierno no reciben evaluación alguna acerca de si generan o no valor neto.
Compare esto con los mercados. Sabemos que los mercados generan valor porque están basados en intercambios voluntarios y mutuamente beneficiosos. La toma de decisiones en los mercados es un sistema ajustado a la realidad que es guiado por las preferencias individuales.
Considere la compra de aviones. En el sector privado, una aerolínea elige el número de aviones qué comprar basándose en la demanda de vuelos aéreos, que es derivada, a través del sistema de precios, de las decisiones realizadas en el mercado. En cambio, cuando el Pentágono compra aviones, no tiene un sistema de precios o una demanda medida como guía, así que sus decisiones se hacen a ciegas.
Segundo, las acciones estatales muchas veces destruyen valor porque crean ganadores y perdedores. Las regulaciones suprimen las decisiones personales e imponen reglas de la misma talla para todos. La cantidad de gasto federal destinado a cada programa es seleccionada para toda la nación, y por lo tanto difiere de la cantidad que sería favorecida por cada individuo.
En los mercados, la gente puede elegir la cantidad que desea comprar de cada ítem, y pueden seguir una amplia gama de intereses, estilos de vida y carreras distintos. “La gran ventaja del mercado”, decía Milton Friedman, “es que permite una amplia diversidad”, mientras que “el atributo característico de la acción a través de los canales políticos es que suele requerir o hacer cumplir una conformidad sustancial”.
A los social demócratas les gusta utilizar la palabra “diversidad”, pero son los mercados libres los que realmente la proveen. Con su respaldo de un Estado grande, los social demócratas parecen creer que la gente puede beneficiarse mediante la limitación de sus decisiones personales. Pero con la sociedad cada vez más pluralista de EE.UU., tiene más sentido permitir las diversas soluciones de mercado, que seguir imponiendo reglas provenientes de Washington.
Tercero, las actividades estatales fracasan en crear valor porque el financiamiento viene de una fuente obligatoria: los impuestos. A diferencia de lo que ocurre en los mercados, las decisiones malas del gobierno no son castigadas y las políticas fracasadas no son eliminadas porque el financiamiento no depende del desempeño. Los programas de poco valor pueden sobrevivir para siempre, y bloquean la reasignación de recursos a mejores fines.
En los mercados, la búsqueda de las ganancias alienta a las empresas a buscar mejores maneras de hacer las cosas. Las empresas buscan maximizar el valor para sí mismas, y acaban fomentando la economía. Esta es “la mano invisible” de Adam Smith. En el Estado, no hay una mano invisible, no hay guía que conduzca a quienes diseñan las políticas hacia una dirección constructiva.
Cuarto, los programas estatales muchas veces fracasan en generar valor porque los impuestos que los financian crean un “peso muerto” o perjuicio económico. Los impuestos son obligatorios, y por eso inducen a las personas a evitarlos cambiando sus actividades de trabajo, inversión y consumo. Eso reduce la producción y los ingresos en general.
Consideremos lo que pasara si el gobierno impusiera un impuesto al vino. Eso transferiría dinero de los bebedores de vino a los programas estatales. Pero un costo adicional —el peso muerto— sería creado conforme la gente reduce su consumo de vino. La gente gozaría de menos vino y sufriría de una reducción en su bienestar o felicidad.
El impuesto al vino ha bloqueado los intercambios mutuamente beneficiosos que de otra forma se darían, y por lo tanto ha perjudicado la economía. El tamaño del daño depende del tipo de impuesto, pero para el impuesto sobre la renta, los estudios empíricos demuestran que el peso muerto de elevar los impuestos por un dólar es de alrededor de 50 centavos.
Suponga que un filántropo gasta $10 millones en un programa caritativo que genera $12 millones de beneficios. Ese programa privado sería un éxito. Pero un programa similar conducido por el gobierno sería un fracaso porque el financiamiento tributario crearía pesos muertos. El programa del gobierno costaría $10 millones directamente, más otros $5 millones en peso muerto, acarreando un costo total que es superior a los beneficios.
En pocas palabras, la coerción impone pesos muertos y crea ganadores y perdedores, lo cual es totalmente opuesto a los intercambios gana-gana que se dan en el mercado. Los políticos podrán esperar que sus intervenciones creen más ganadores que perdedores, pero eso es un pensamiento deseoso porque sus decisiones están basadas en nada más y nada menos que adivinanzas.
Los social demócratas asumen que el Estado tiene una ventaja al momento de resolver los problemas de la sociedad porque es una institución tan poderosa. Pero porque usa la coerción para financiarse e imponer su voluntad, el Estado suele tomar malas decisiones, cementarlas, y arrastrar hacia abajo toda la economía.
Origen: El Cato