Hola, Carla

[Arena Roja]

Hola, Carla

(Parte 1 de 2)
Cuando vio a Benjamín quebrado en sollozos, Arturo se estremeció, quedándose allí parado, confuso, oyendo la más absurda historia que hubiera pensado oír nunca de su amado:
–¡Imposible! –terminó diciendo– ¡No puede ser!
Y mucho tuvo que esforzarse para que su voz sonara firme y serena. Pero es que era así: No podía ser, era imposible. Sin embargo, dentro suyo Arturo sentía… ¿miedo? Y se dijo, recuperando su entereza, que no era miedo, sino que estaba preocupado por Benjamín, pues lo veía con los nervios hechos trizas, y no podía permitirlo: tenía que hacer algo. No se le ocurrió mas que tomarlo en sus brazos para reconfortarlo:
–Calma, cariño –le dijo–. No pasa nada, no pasa nada… Haz sufrido mucho por todo esto, ¿verdad?, y tus exámenes, y estás cansado, y tu mente te hace estos juegos…
–Pero la vi –insistió Benjamín–. Era ella, en la televisión, entre los curiosos de ese accidente.
–Pero, Benjamín… piénsalo… ¿podría ser ella? ¿Podría? ¿Recuerdas?… No, mejor que no lo hagas… –Benjamín quedó callado.
Él, Arturo, bien que lo recordaba, como si hubiera sido ayer. Y se preguntó si la otra opción hubiera sido la mejor, viendo cómo Benjamín había sido afectado por todo. Y se enojó consigo mismo al encontrarse débil y flaqueando de la determinación tomada, pues estar con Benjamín para él valía la pena de eso y de más. Lo apretó más. Como entonces se sentía con la seguridad de darlo todo, hasta su alma. Y acaso esto último ya no fuera sólo un decir de enamorado.
Cuando más rato se fueron a la cama, aún sentía sus sentimientos claros y seguros. Sin embargo, Benjamín no acababa de calmarse, y tardó bastante en quedarse dormido.
La mañana siguiente amaneció temprano, Arturo sentía la primavera en el aire, distraído viendo una pequeña muestra de vida sobreponiéndose al cemento y al asfalto de la ciudad: una pareja de gorriones estaba armando su nido en un hueco en la esquina más alta del balcón que daba a la calle. Iban y venían trayendo ramitas y Arturo fantaseaba que fueran él y Benjamín también tiernos gorriones. Se sentía feliz, y que a despecho de la dura realidad, el mundo era bueno.
–¡Qué buena vida! –exclamó.
Él y Benjamín habían pasado por mucho, en los dos años que llevaban juntos. Habían habido tropiezos, algunos grandes, como el que se había manifestado la noche anterior como mal recuerdo, y que debieron (el debió) en su momento eliminar para no ser separados. Era primavera, pronto llegaría el verano, y Benjamín terminaría su ciclo en la Universidad, y Arturo tendría un par de semanas de vacaciones. Pensaban disfrutarlo como debía de ser, pues ahora sólo podían verse en la mañana temprano, antes de que Benjamín fuera a sus clases, y en la noche después de que Arturo llegara de su trabajo. Y claro, los fines de semana. Pero era jueves, y ahora Benjamín estaba apurado, yendo de la cocina a su habitación y luego al baño. El desayuno, preparado por Arturo y tomado a la carrera, sin esperar a que se enfriara, y ya tenía que despedir a su amor hasta la noche.
–No te olvides lo que me prometiste –le recordó Benjamín, ya yéndose.
–Sí, no te preocupes –suspiró Arturo.
Y, de nuevo, al cerrarse la puerta, el departamento volvía a parecerle vacío. En un rincón, la radio propalaba las malas noticias de siempre; los gorriones seguían armando su nido.
***************
A Arturo se le consideraba un hombre no mal parecido: alto, con el pelo siempre impecablemente cortado, de gestos seguros, varonil, no tenía esa aura afeminada del estereotipo del homosexual. Eso, talvez, porque en rigor no sentía que lo era. Había tenido varias enamoradas (mujeres), acaso más de las que le correspondían, e incluso hacía unos años casi se había casado. Así que, con sus veintiocho años de edad, no podía negar que tenía un cierto éxito con el sexo opuesto, talvez por el hecho de trabajar en un canal de televisión rodeado cotidianamente de mujeres de todos los tipos y algunas de las más atrevidas y desinhibidas que se pudiera encontrar, y a pesar de ser sólo el coordinador de estudio del turno de la tarde. Oportunidades, así, nunca le faltaban.
Pero ahora estaba con Benjamín, su loco amor, y a pesar de lo complicado que a veces le resultaba, le era fiel. Así eran las cosas…
Llegando al trabajo, e instalado en su switcher, lo primero que hizo fue cumplirle lo que le había prometido a Benjamín: mandó al practicante por copias del noticiero de la noche anterior y se puso a revisarlo, mientras unos utileros acababan de desarmar un escenario en el plató. Quince minutos después cayó en la cuenta de la inutilidad de lo que hacía: no estaba, ni siquiera alguna que al menos se le pareciera. La preocupación le invadió: ¿sería que Benjamín estaba perdiendo la razón? Y si así fuera, ¿cómo salvarlo de enloquecer? ¿Cómo protegerlo de sí mismo? No, aquello no había acabado, seguía interponiéndose entre ellos. Odiosa metiche.
Las horas pasaron, pero su intranquilidad no. Rechazó la invitación de sus compañeros a salir a tomar algo para festejar a un luminito que estaba de cumpleaños, y se apuró en acabar su trabajo para llegar más pronto al departamento con Benjamín.
En la calle la noche era una burla a sus sentimientos; estaba tan tranquila, tan fresca, tan agradable. Era una noche para enamorados, y Arturo se cruzó con varias parejas que cobijados en la sombra se besaban y acariciaban, haciendo así más melancólica su melancolía: las sombras en que se amaban él y Benjamín eran distintas; daría todo por cambiarlas por la luz del día.
Era jueves, los cines habían cambiado su cartelera. Talvez eso era lo que necesitaban: distraerse un poco con una buena película, o sólo salir al fresco y tomar un poco de esa tan bella noche. Decidió que apenas llegara al departamento se lo propondría a Benjamín, sintiéndose así animado: estaba haciendo algo; mientras no se abandonara a los sentimientos negativos todo saldría bien.
–La vi de nuevo –sin embargo fue la respuesta de Benjamín, más alterado que la noche anterior– ¡Estaba en la calle en la otra acera!… ¡Me sonrió! ¿Qué le daría para sonreírme? ¿Volverme loco?… ¡Amor, tengo tanto miedo de enloquecer!…
Arturo no sabía ya qué pensar; sentía que su desazón rebalsaba su pecho. La noche seguía bella.
***************
La mañana siguiente, viernes, las amanecieron mal entre Benjamín y Arturo. Benjamín en la noche anterior había seguido insistiendo en lo que había o creía que había visto en la calle, mientras Arturo, visiblemente desesperado, trataba de calmarle, proponiéndole fracasadas razones de sentido común hasta acabar perdiendo la paciencia:
–¡Déjate de cojudeces! –le gritó– ¡No era y punto!
Benjamín ya no dijo nada, sólo se puso de pie y entró en la cocina; se oyó el ruido de platos, ollas y agua del fregadero, mientras en la sala Arturo se quedó solo, arrepintiéndose de haberle levantado la voz así. Nunca antes lo había hecho y se preguntaba si Benjamín se había resentido.
Cuando Benjamín terminó su quehacer, encontró a Arturo levantándose del sillón:
–Me voy a la cama, gatito… ¿Vienes?
–No, Arturo. Voy a hacer un trabajo hasta más rato –contestó Benjamín–. Descansa.
Arturo asintió y entró al primer dormitorio.
–Disculpa si sentiste que te grité –dijo, mientras se desvestía–. Entiendes, ¿no?… pues…
–Está bien. Todo está bien.
–Bueno.
Pero no todo estaba bien. Así se acostaron, y ahora eran dos personas tomando el desayuno en silencio.
Y es que Arturo no sabía qué decir o qué callar; mas bien estaba que quería gritar de consternación, de impotencia, al pensar cómo se desmoronaba Benjamín (su Benjamín) sin encontrar forma de ayudarle. Eso lo tenía aterrado: era como ver el cielo pasando de azul a gris y estar conciente de no tener la fuerza para evitar que el Sol se acabara de apagar y lloviera. Y era una tormenta lo que se avecinaba.
–Se me hace tarde para mis clases –dijo Benjamín, y se levantó de la mesa sin decir más.
Arturo lo vio salir con su mochila por la puerta como si no fuera a volver. “Así que es esto”, pensó. Sólo le quedaba una esperanza: salió a la ventana para comprobar que aún estaban los gorriones en el balcón. Efectivamente, seguían como si nada, atareados en su nido, sin importarles el ruido y el humo de la calle. “Así que es esto lo que debo hacer”, se dijo, y salió a alcanzar a Benjamín. “Si a esto me han llevado mis actos, desafiaré Cielo e Infierno”.
–¿Qué haces aquí? –le preguntó Benjamín alarmado, en un susurro, cuando lo vio parar el bus y sentarse junto a él a medio vestir.
–Lo sé –replicó Arturo, con calma–. Pero tenemos que hablar ahora. Quiero poner las cosas en claro entre ambos.
–¡Las cosas en claro!… Tú me tratas como si fuera un niño, y así no es.
–No es cierto.
–Entonces piensas que estoy loco… Quizás esté de acuerdo contigo, quizás debamos dejarlo.
–Te amo.
Benjamín se asustó más, después de todo estaban en un sitio público:
–Tú sí que estás loco… ¿Cómo se te ocurre venirme con eso aquí?
–¡Para lo que me importar fingir y disimular, carajo! –declaró, casi gritó, Arturo– ¿Sabes lo que haremos? Mandaremos a la mierda a todos, nuestras familias, nuestros amigos, todos, y dejaremos de esconder lo que sentimos entre nosotros.
–Pero…
–¡Si no hubiera sido por que fuimos cobardes no hubiéramos hecho lo que hicimos! ¡No podemos volver atrás, es cierto, pero debemos seguir adelante. Debemos seguir nuestra vida pues estamos vivos! ¡Y no necesito a nadie más sino a ti!… Sólo a ti…
Benjamín tragó saliva:
–Pero ella…
–¿Ella? –se rió Arturo– Te voy a decir lo que pienso de ella –Y se lo dijo. Luego continuó: –Quisiera ver que tratara algo. Tú y yo seguiremos juntos y que se vaya al Infierno –, y mirándole a los ojos de nuevo: –¿Estás conmigo gatito?
Benjamín se veía confuso y asustado, a pesar de que en la parte de atrás del bus donde estaban sentados ya no había nadie. Entonces sonrió a su vez, se acercó a Arturo y le respondió que sí, alegrándole el corazón.
Y se despidieron, tomándose de la mano, con un beso que se burlaba del mundo.
***************
Hola, soy el autor de este relato, del que debo detallar que es ficticio, y que cualquier semejanza con acontecimientos o personas reales, vivas o muertas, es mera coincidencia. Y además, poniendo como dicen el parche antes, declaro también que no soy ni gay ni homofóbico, y si escogí una historia de este tipo fue por mera conveniencia dramática. Y es que quería hacer un relato de un amor estigmatizado, mas en estos tiempos liberales, donde las razas, clases sociales y antiguas barreras hacen pareja, la historia de dos hombres que se aman provoca todavía burlas, habladurías y discriminación, más en países como el mío que no son ni del primer ni segundo mundos. La primera parte de lo que resultó la acaban de leer. Falta todavía la conclusión, que estaré publicando pronto, la cual puedo adelantar no tendrá un final precisamente feliz.
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3 comentarios en «Hola, Carla»

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