Cuentos de Quevedo: En Defensa del Espíritu Santo

[Op. Cit.]

Ni me lo toquen.

 

En Defensa del Espíritu Santo

 

Iba Quevedo a caballo por las carreteras de Alcalá, demostrando no pocas ganas de llegar a Madrid; tales eran los espolonazos que de continuo les daba a su cabalgadura…

Pero la prudencia le aconsejó no seguir, puesto que la noche se echaba encima y los caminos por aquella época estaban muy mal guardados.

De esta suerte llegó a una posada en el preciso momento en que los huéspedes, que por cierto eran muchos, iban a cenar.

El posadero y los mozos danzaban de un lado para otro queriendo atender a todos, pero sin conseguirlo.

Quevedo había ido a parar junto a una mesa, a la que ya estaban sentados tres estudiantes.

No tardó en observar el grupo el buen posadero; y como si de repente se le quitara un peso de encima, se presentó junto a la mesa.

-Nobles caballeros: puesto que la casualidad ha juntado en mi casa a cuatro personas bien merecidas, que aquí se ve en el porte de cada cual, voy a suplicarles que cenen juntos y de vuestra crianza dependerá que no haya que lamentar disgustos.

-Pero, ¿a qué viene ese preámbulo? –preguntó Quevedo con impaciencia.

-A que hoy ha sido un día de mucho jaleo esta su casa, y claro, no tengo que ofrecerles más que dos tajadas de toro y un palomo. Todo en estofado.

-Pues ya lo estás trayendo cuanto antes –siguió el poeta.

Los estudiantes no despegaron los labios.

Minutos después colocó el posadero sobre la mesa la consabida cazuela con las dos tajadas y el palomo.

-¡Buen provecho! –dijo y se retiró prudentemente.

Entonces se levantó un estudiante, bendijo la cazuela y diciendo: -“In nominis Patri” –arrancó con un trozo de carne.

Levantóse el segundo estudiante y diciendo: –“In nominis Filio” –tomó la tajada que quedaba.

Aquí Quevedo, al ver al tercer estudiante que se disponía a echar mano al pichón, se abalanzó sobre la mesa gritando:

-Bueno… ¡pues el que me toque el Espíritu Santo le rompo el alma!

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XD

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