[Op. Cit.]
Estoy leyendo actualmente la “Saga de Rama”, una serie de 4 novelas comenzadas por Arthur C. Clarke (también autor de 2001: Una Odisea Espacial) en 1973 con la premiada Cita con Rama. Esta primera novela trata del encuentro de la Humanidad con una gran nave alienígena en forma de cilindro que contiene en su interior hueco todas las instalaciones necesarias para albergar vida, incluyendo atmósfera y un pequeño mar (algo así como las proyectadas colonias orbitales del Dr. Gerard O’Neil) en el año 2130. En vista de ya haberse ocupado toda la mitología griega y latina, el inopinado visitante del espacio profundo es bautizado como Rama, en referencia a la deidad hindú.
Luego, sigue Rama II, del año 1989, donde se narra un nuevo encuentro con otra nave similar a la primera Rama pero casi setenta años después. Fuera de que el estilo de esta secuela es apreciablemente distinto de la primera (leo que por ser más obra de Gentry Lee, con quien el maestro Clarke se asoció para escribirla), lo que más me llamó la atención en sus primeras páginas es la no mención de las florecientes colonias humanas en la Luna, Mercurio, Marte y las lunas Ganímedes (de Júpiter), Titán (de Saturno) y Tritón (de Urano), y la organización que las unía con la Tierra: Los Planetas Unidos. Páginas después se explica que es porque estas ya no existen, pues años después de los hechos de la primera novela la Humanidad sufrió un periodo de crisis económica y social, llamada coloquialmente “El Gran Caos”. El resumen de lo que significaron esos años es sobrecogedor y por ello lo comparto por lo que tiene de advertencia de lo mal que pueden salir las cosas cuando perdemos la perspectiva, y es que ¿no les suena un poco la descripción del inicio del hundimiento con hechos contemporáneos conocidos?
4 – El Gran Caos
La intrusión de la primera nave espacial ramana en el interior del Sistema Solar a principios de 2130 tuvo un poderoso impacto en la historia humana. Aunque no hubo cambios inmediatos en la vida cotidiana después que el equipo encabezado por el comandante Norton regresara de su encuentro con Rama I, la clara y en absoluto ambigua prueba de que existía (o, como mínimo, había existido) una inteligencia enormemente superior a la humana en alguna parte del universo, obligó a un replanteamiento del lugar del Homo sapiens en el esquema general del cosmos. Ahora resultaba evidente que otros productos químicos, indudablemente fabricados también en el gran cataclismo estelar de los ciclos, se habían elevado hasta la conciencia en algún otro lugar, en algún otro tiempo. ¿Quiénes eran aquellos ramanes? ¿Por que habían construido una gigantesca y sofisticada nave espacial y la habían enviado de excursión hasta nuestras inmediaciones? Tanto en las conversaciones públicas como en las privadas, los ramanes fueron el tema de interés número uno durante muchos meses.
Durante mucho más de un año la humanidad aguardó más o menos pacientemente alguna otra señal de la presencia ramana en el universo. Se realizaron intensas investigaciones telescópicas en todas las longitudes de onda para ver si podía ser identificada alguna información adicional asociada con la nave espacial alienígena que se alejaba. No fue hallado nada. Los cielos estaban tranquilos. Los ramanes se iban tan rápida e inexplicablemente como habían llegado.
Cuando Excalibur fue operativo y su búsqueda inicial de los cielos no dio como resultado nada nuevo, hubo un apreciable cambio en la actitud colectiva humana hacia ese primer contacto con Rama. De la noche a la mañana, el encuentro se convirtió en un acontecimiento histórico, algo que había ocurrido y que ahora había quedado completado. El tenor de los artículos de periódicos y revistas, que antes habían empezado con palabras como «cuando los ramanes regresen…», cambiaron a «si alguna vez se produce otro encuentro con las criaturas que construyeron la enorme nave espacial descubierta en 2130…». Lo que había sido percibido como una amenaza, en cierto sentido como un embargo sobre el comportamiento humano futuro, se vio rápidamente reducido a una curiosidad histórica. Ya no había ninguna urgencia de enfrentarse con lemas tan fundamentales como el regreso de los ramanes o el destino de la raza humana en un universo poblado por criaturas inteligentes. La humanidad se relajó, al menos por el momento. Luego estalló en un paroxismo de comportamiento narcisista que hizo que todos los períodos históricos anteriores de egoísmo individual resultaran pálidos en comparación.
La oleada de desenfreno a escala mundial fue fácil de comprender. Algo fundamental en la psique humana había cambiado como resultado del encuentro con Rama I. Antes de ese contacto, la humanidad se erguía sola como el único ejemplo conocido de inteligencia avanzada en el universo. La idea de que los humanos podían, como grupo, controlar su destino muy hacia el futuro había sido un punto fundamental y significativo en casi cualquier filosofía de la vida. Que los ramanes existieran (o hubieran existido; fuera cual fuese el tiempo verbal, la lógica filosófica llegaba a la misma conclusión) lo cambiaba todo. La humanidad no era única; quizá ni siquiera especial. Era sólo una cuestión de tiempo antes de que la noción homocentrica del universo prevaleciente fuera irrevocablemente hecha pedazos por una más clara conciencia de los Otros. Así, fue fácil comprender por que los esquemas de la vida de la mayor parte de los seres humanos derivó bruscamente hacia la autogratificación, recordando literalmente a los intelectuales de una época similar casi exactamente cinco siglos antes, cuando Robert Herrick exhortó a las vírgenes a sacar el máximo partido de su huidizo tiempo en un poema que empezaba: «Cosechad vuestros capullos mientras podáis; el tiempo de la vejez se acerca volando…»
Un estallido desenfrenado de llamativo consumo y ansia global se prolongó durante casi dos años. La frenética adquisición de lodo lo que la mente humana podía crear se vio sobreimpuesta a una débil infraestructura económica que ya había iniciado una recesión a principios de 2130, cuando la primera nave espacial ramana cruzó el interior del sistema solar. Esa creciente recesión se vio pospuesta durante 2130 y 2131 por los esfuerzos manipuladores combinados de los gobiernos y las instituciones financieras, aunque la debilidad económica fundamental nunca fue corregida. Con el renovado estallido de compras a principios de 2132, el mundo saltó directamente a otro período de rápido crecimiento. Las capacidades productivas fueron ampliadas, la Bolsa estalló, y tanto la confianza del consumidor como el pleno empleo alcanzaron altas cotas. Hubo una prosperidad sin precedentes, y el resultado neto fue una mejora a corto plazo pero significativa del estándar de vida de casi todos los seres humanos.
A finales de 2133, se había hecho ya evidente para algunos de los observadores más experimentados de la historia humana que el «boom ramano» estaba conduciendo a la humanidad hacia el desastre. Empezaron a oírse lúgubres advertencias de un inminente hundimiento económico por encima de los eufóricos gritos de los millones que habían saltado recientemente a las clases medias y superiores. Las sugerencias de equilibrar los presupuestos y limitar el crédito a todos los niveles de la economía fueron ignoradas. En vez de ello, el esfuerzo creativo se quemó en situar de una forma tras otra más poder adquisitivo en las manos de una población que había olvidado cómo decirse «espera», y mucho menos «no».
El mercado de valores mundial empezó a hacer agua en enero de 2134, y hubo predicciones de un inminente hundimiento. Pero, para la mayor parte de seres humanos esparcidos por toda la Tierra y las dispersas colonias del Sistema Solar, el concepto de un hundimiento así era algo más allá de toda comprensión. Al fin y al cabo, la economía mundial se había estado expandiendo durante más de nueve años, los últimos dos a un ritmo sin paralelo en los dos siglos anteriores. Los líderes mundiales insistieron en que finalmente habían hallado los mecanismos que podían realmente inhibir las recesiones de los ciclos capitalistas. Y la gente les creyó…, hasta primeros de mayo de 2134.
Durante los primeros tres meses del año, el mercado de valores mundial bajó de forma inexorable, lentamente al principio, luego con caídas significativas. Mucha gente, reflejando la actitud supersticiosa hacia los visitantes cometarios que había prevalecido durante dos mil años, asociaron de algún modo las dificultades de la Bolsa con el retorno del cometa Halley. Su aparición, que se inició en mayo, resultó ser mucho más brillante de lo que todo el mundo esperaba. Durante semanas, los científicos de todo el mundo compitieron entre sí para explicar por qué era mucho más brillante de lo originalmente predicho. Cuando cruzó el perihelio a finales de marzo y empezó a aparecer en el cielo vespertino a mediados de abril, su enorme cola dominó los cielos.
Como contraste, los asuntos terrestres se vieron dominados por la creciente crisis económica mundial. El 1° de mayo de 2134, tres de los mayores Bancos internacionales se declararon insolventes a causa de los prestamos fallidos. Al cabo de dos días, el pánico se había extendido por todo el mundo. Más de mil millones de terminales domésticos con acceso a los mercados financieros mundiales fueron usados para vender carteras individuales de acciones y bonos. La sobrecarga de comunicaciones en el Sistema de la Red Mundial fue inmensa. Las máquinas de transferencia de datos del SRM se vieron puestas a prueba mucho más allá de sus capacidades y especificaciones de diseño. La red de datos retrasó las transacciones primero minutos, luego horas, contribuyendo a dar un impulso adicional al pánico.
A final de la semana dos cosas eran evidentes: que más de la mitad de los valores cotizados en Bolsa se habían visto reducidos a la nada, y que muchos individuos, grandes y pequeños inversores que habían utilizado al máximo sus opciones de crédito, se hallaban ahora virtualmente arruinados. Las bases de datos de apoyo que mantenían el control de las cuentas bancarias personales y transferían automáticamente el dinero para cubrir descubiertos empezaron a destellar mensajes de desastre en casi un veinte por ciento de los hogares del mundo.
En la realidad, sin embargo, la situación era mucho peor. Sólo un pequeño porcentaje de las transacciones conseguía pasar a través de los ordenadores de apoyo porque los índices de dalos en todas direcciones estaban mucho más allá de todo lo que había anticipado. En lenguaje de ordenador, todo el sistema financiero mundial cayó en modo «deslizamiento de ciclo». Miles y miles de millones de transferencias de información de menor prioridad eran «pospuestas» por la red de ordenadores, mientras las tareas de mayor prioridad eran atendidas primero.
El resultado de esos retrasos de datos fue que en la mayoría de los casos las cuentas bancarias electrónicas particulares no recibieron durante horas, o incluso días, los cargos correspondientes para cubrir las crecientes pérdidas del mercado de valores. Una vez que los inversores individuales se dieron cuenta de lo que estaba ocurriendo, corrieron a gastar todo lo que aún les quedaba, mostrando sus saldos antes de que los ordenadores completaran todas las transacciones. Cuando los gobiernos y las instituciones financieras comprendieron plenamente lo que estaba ocurriendo y actuaron para detener toda aquella frenética actividad, ya era demasiado tarde. El confundido sistema se había desmoronado por completo. Reconstruir lo que había ocurrido requirió compilar e interconectar todos los archivos backup almacenados en más o menos un centenar de remotos centros en todo el mundo.
Durante más de tres semanas, el sistema directivo financiero electrónico que gobernaba todas las transacciones monetarias fue inaccesible a todo el mundo. Nadie sabía cuánto dinero tenía. Puesto que hacía tiempo que el dinero en efectivo se había convertido en algo obsoleto, sólo los excéntricos y los coleccionistas tenían dinero líquido suficiente como para comprar incluso los alimentos necesarios para una semana. La gente empezó a intercambiar artículos para atender a sus necesidades. Fianzas basadas en amistad y conocimiento personal permitieron a mucha gente sobrevivir temporalmente. Pero el dolor apenas había empezado. Cada vez que la organización directiva internacional que supervisaba el sistema financiero mundial anunciaba que iba a intentar volver on line, y suplicaba a la gente que permaneciera alejada de sus terminales «excepto para emergencias», sus súplicas eran ignoradas: las solicitudes de procesado fluían al sistema, y los ordenadores se desmoronaban de nuevo. Sólo pasaron otras dos semanas antes que los científicos del mundo se pusieran de acuerdo en una explicación para el brillo adicional en la aparición del cometa Halley. Pero transcurrieron más de cuatro meses antes que la gente pudiera contar de nuevo con información de confianza de las bases de datos del SRM. El costo de ese caos para la sociedad humana fue incalculable. Cuando fue restablecida la actividad económica electrónica normal, el mundo se hallaba en una violenta recesión financiera de la que no empezaría a emerger hasta doce años más tarde. Transcurrirían bastantes más de cincuenta años antes de que el Producto Mundial Bruto regresara a las alturas alcanzadas con anterioridad al Hundimiento de 2134.
5 – Después del Hundimiento
Existe un acuerdo unánime en que el Gran Caos alteró profundamente la civilización humana en todos los sentidos. Ningún segmento de la sociedad resultó inmune. El catalizador para el relativamente rápido colapso de la infraestructura institucional existente fue el hundimiento del mercado y el consiguiente desmoronamiento del sistema financiero mundial; sin embargo, esos acontecimientos no hubieran sido suficientes, por sí mismos, para proyectar al mundo a un período de depresión sin precedentes. Lo que siguió al hundimiento inicial habría sido tan sólo una comedia de errores si no se hubieran perdido tantas vidas como resultado de la pobre planificación. Ineptos líderes políticos mundiales negaron o ignoraron primero los problemas económicos existentes, luego reaccionaron excesivamente con una sucesión de medidas individuales que fueron desconcertantes y/o inconsistentes, y finalmente alzaron los brazos desesperados mientras la crisis global se hacía más extensa y profunda. Los intentos de coordinar las soluciones internacionales estuvieron condenados al fracaso debido a la creciente necesidad de cada una de las naciones soberanas de responder ante sus propios votantes.
Visto en retrospectiva, resultaba evidente que la internacionalización del mundo que había tenido lugar durante el siglo XXI tenía una grave falla al menos en un aspecto significativo. Aunque muchas actividades —comunicaciones, comercio, transporte (incluido el espacio), regulación de cambios de divisas, mantenimiento de la paz, intercambio de información y protección del medio ambiente, por nombrar las más importantes— se habían convertido de hecho en internacionales (incluso interplanetarias, tomando en consideración las colonias del espacio), la mayor parte de los acuerdos que establecían esas instituciones internacionales contenían codicilos que permitían a las naciones individuales retirarse, con relativamente poco margen de preaviso, si las políticas promulgadas bajo los acuerdos «ya no servían a los intereses» del país en cuestión. En pocas palabras, cada una de las naciones participantes en la creación de un cuerpo internacional tenía el derecho de revocar su implicación nacional, unilateralmente, cuando ya no estuviera satisfecha con las acciones del grupo.
Los años precedentes a la cita con la primera nave espacial Rama a principios de 2130 habían sido una época extraordinariamente estable y próspera. Después que el mundo se recuperó del devastador impacto cometario cerca de Padua, Italia, en 2077, hubo todo un medio siglo de crecimiento moderado. Excepto unas pocas relativamente cortas, y no demasiado severas, recesiones económicas, las condiciones de vida mejoraron en un amplio abanico de países durante todo ese tiempo. De tanto en tanto se producían guerras aisladas y disturbios civiles, principalmente en las naciones subdesarrolladas, pero los esfuerzos concentrados de las fuerzas pacificadoras mundiales contenían siempre esos problemas antes de que se volvieran demasiado serios. No hubo crisis importantes que pusieran a prueba la estabilidad de los nuevos mecanismos internacionales.
Inmediatamente después del encuentro con Rama I, sin embargo, hubo rápidos cambios en el aparato básico del gobierno. En primer lugar, las apropiaciones de mergencia para manejar Excalibur y los otros grandes proyectos relacionados con Rama drenaron los fondos adjudicados a otros programas establecidos. Luego, empezando en 2132, un fuerte clamor pidiendo un recorte de los impuestos, para poner más dinero en manos de la gente, redujo aún más las asignaciones monetarias para los servicios más necesarios. A finales de 2133, la mayor parte de las instituciones internacionales más nuevas se encontraban fallas de personal y eran ineficientes. Así, el derrumbamiento de la Bolsa mundial se produjo en un entorno donde ya había crecientes dudas en la mente de la población acerca de la eficacia de la red de organizaciones internacionales. A medida que proseguía el caos financiero, resultaba un paso fácil para las naciones individuales dejar de contribuir con fondos a los presupuestos mundiales, y organizaciones que tal vez hubieran sido capaces de desviar la marea del desastre si hubieran sido usadas adecuadamente se vieron viciadas desde un principio por los líderes políticos cortos de vista.
La crónica de los horrores del Gran Caos se halla reflejada en miles de textos de historia. En los primeros dos años, los problemas principales fueron el desorbitado crecimiento del desempleo y las quiebras, tanto personales como de grandes compañías, pero esas dificultades financieras parecieron perder importancia a medida que las filas de los sin hogar y los hambrientos seguían creciendo. Comunidades de tiendas y chozas empezaron a aparecer en los parques públicos de todas las grandes ciudades en el invierno de 2136-37, y los gobiernos municipales respondieron luchando valientemente para hallar formas de proporcionarles servicios. Esos servicios pretendían limitar las dificultades creadas por la presencia supuestamente temporal de esas hordas de individuos desempleados y mal alimentados. Pero cuando la economía no se recuperó, las escuálidas ciudades de tiendas no desaparecieron. En vez de ello, se convirtieron en un paisaje permanente de la vida urbana, crecientes cánceres que eran mundos en sí mismos, con todo un conjunto de actividades e intereses fundamentalmente distintos de los de los habitantes de las ciudades que los albergaban. A medida que pasaba el tiempo y las comunidades de tiendas y chozas se convertían en impotentes e inquietos calderos de desesperación, esos nuevos enclaves en mitad de las áreas metropolitanas amenazaron con hervir y destruir las propias entidades que les permitían existir. Pese a la ansiedad causada por esa constante espada de Damocles de anarquía urbana, el mundo consiguió finalizar el brutalmente frío invierno de 2137-38 con el entramado básico de la moderna civilización aún más o menos intacto.
A principios de 2138 se produjo una serie de notables acontecimientos en Italia. Esos acontecimientos, enfocados a través de un solo individuo llamado Michele Balatresi, un joven novicio franciscano que más tarde sería conocido en todas partes como San Michele de Siena, ocuparon buena parte de la atención del mundo e impidieron temporariamente la desintegración de la sociedad. Michele era una brillante combinación de genio y espiritualidad y habilidades políticas, un orador polígloto carismático con un infalible sentido del momento y la oportunidad. Apareció repentinamente en el panorama mundial en la Toscana, al parecer surgido de ninguna parte, con un apasionado mensaje religioso que apelaba a los corazones y las mentes de muchos de los asustados y/o deprimidos ciudadanos del mundo. Sus seguidores crecieron rápida y espontáneamente, y no prestaron atención a los límites internacionales. Se convirtió en una amenaza potencial para casi todas las camarillas identificadas de los líderes del mundo, con su inflexible llamada a una respuesta colectiva a los problemas que asediaban a la especie. Cuando fue martirizado en abrumadoras circunstancias en junio de 2138, el último destello de optimismo de la humanidad pareció perecer. El mundo civilizado, que había sido mantenido firme durante muchos meses por una chispa de esperanza y un débil hilo de tradición, se desmoronó bruscamente en pedazos.
Los cuatro años de 2138 a 2142 no fueron buenos para estar con vida. La letanía de desdichas humanas era casi interminable. El hambre, la enfermedad y el desprecio de la ley estaban por todas partes. Las pequeñas guerras y revoluciones eran demasiado numerosas para contarlas. Había un desmoronamiento casi total de las instituciones estándar de la civilización moderna, lo cual creaba una vida fantasmagórica para todo el mundo excepto unos pocos privilegiados en sus protegidos retiros. Era el mundo al revés, lo definitivo en entropía. Los intentos de resolver los problemas por parte de grupos de ciudadanos bienintencionados no podían funcionar, porque las soluciones que concebían sólo podían tener alcance local y los problemas eran mundiales.
El Gran Caos se extendió también a las colonias humanas en el espacio y trajo un brusco final a un glorioso capítulo en la historia de las exploraciones. A medida que el desastre económico se extendía por el planeta natal, las colonias dispersas en torno del sistema solar, que no podían existir sin regulares infusiones de dinero, provisiones y personal, se convinieron rápidamente en los hijastros olvidados de la Tierra. Como resultado de ello, casi la mitad de los residentes en las colonias habían vuelto a su planeta madre en 2140, puesto que las condiciones en sus hogares de adopción se habían deteriorado de tal modo que hasta las dificultades gemelas de reajustarse a la gravedad de la Tierra y la terrible pobreza que dominaba todo el mundo eran preferibles a quedarse, muy probablemente para morir, en las colonias. El proceso de emigración se aceleró en 2141 y 2142, años caracterizados por el colapso mecánico de los ecosistemas artificiales de las colonias y el inicio de una desastrosa carestía de repuestos para toda la flota de vehículos robots utilizados para sostener los nuevos asentamientos.
En 2143, sólo unos pocos colonos testarudos seguían en la Luna y Marte. Las comunicaciones entre la Tierra y las colonias se habían vuelto intermitentes y erráticas. El dinero para mantener incluso los enlaces por radio con los lejanos asentamientos ya no estaba disponible. Los Planetas Unidos habían cesado de existir dos años antes. No había un foro humano ocupándose de los problemas de la especie; el Consejo de Gobiernos no se formaría hasta dentro de cinco años. Las dos colonias restantes lucharon en vano por evitar la muerte.
Al año siguiente, 2144, tuvo lugar la última misión espacial tripulada significativa de aquel período. La misión fue una salida de rescate piloteada por una mujer mexicana llamada Benita García. Utilizando una mal ensamblada nave espacial construida con piezas de otras naves viejas, la señora García y su tripulación de tres hombres consiguieron de alguna manera alcanzar la órbita geosincrónica del paralizado crucero James Martin, el último vehículo de transporte interplanetario aún en servicio, y salvaron a veinticuatro personas del total de un centenar de hombres y mujeres que estaban siendo repatriados de Marte. En la mente de todos los historiadores del espacio, el rescate de los pasajeros del James Martin señaló el fin de una era. Al cabo de otros seis meses, las últimas estaciones espaciales aún en órbita eran abandonadas, y ningún ser humano partió de la Tierra en dirección a la órbita hasta casi cuarenta años más larde.
En 2145, el forcejeante mundo había conseguido ver la importancia de algunas de las organizaciones internacionales olvidadas y repudiadas al principio del Gran Caos. Los más talentosos miembros de la humanidad, tras haber eludido el compromiso político personal durante las benignas primeras décadas del siglo, empezaron a comprender que solamente a través de sus habilidades colectivas podría restablecerse algún parecido de vida civilizada. Al principio, los monumentales esfuerzos cooperativos que resultaron de ello tuvieron un éxito sólo modesto; pero reactivaron el optimismo fundamental del espíritu humano e iniciaron el proceso de renovación. Lentamente, siempre muy lentamente, los elementos de la civilización humana volvieron a ser puestos en su lugar.
Pasaron todavía otros dos años antes de que la recuperación general se dejara ver finalmente en las estadísticas económicas. En 2147, el Producto Mundial Bruto había disminuido a un siete por ciento de su nivel de seis años antes. El desempleo en las naciones desarrolladas tenía una media del treinta y cinco por ciento; en algunas de las naciones subdesarrolladas, la combinación de desempleados y subempleados ascendía a un noventa por ciento de la población. Se estima que aproximadamente cien millones de personas murieron de hambre sólo durante el terrible año 2142, cuando una gran sequía y la hambruna resultante rastrillaron el mundo en las regiones tropicales. La combinación de un índice astronómico de muertes por muchas causas y un minúsculo índice de nacimientos (porque, ¿quién deseaba traer un hijo a un mundo tan desesperado?) hizo que la población mundial descendiera en casi mil millones durante la década que terminó en 2150.
La experiencia del Gran Caos dejó una cicatriz permanente en toda una generación. A medida que pasaban los años, y los niños nacidos tras su conclusión alcanzaban la adolescencia, se vieron enfrentados a unos padres cautelosos al extremo de la fobia. La vida como quinceañero en los años 2160 e incluso 2170 fue muy estricta. Los recuerdos de los terribles traumas de su juventud durante el Caos atormentaron a la generación adulta y la hicieron extremadamente rígida en su aplicación de la disciplina paterna. Para ellos, la vida no era un paseo por un parque de diversiones. Era un asunto mortalmente serio, y sólo a través de una combinación de sólidos valores, autocontrol, y un fuerte compromiso a una meta valiosa, había alguna posibilidad de alcanzar la felicidad.
La sociedad que emergió en los años 2170 fue pues espectacularmente distinta del irresponsable laissez-faire de cincuenta años antes. Muchas instituciones muy antiguas y establecidas, entre ellas la Nación-Estado, la Iglesia Católica Romana y la monarquía británica, habían gozado de un renacimiento durante el medio siglo intermedio. Esas instituciones prosperaron porque se adaptaron rápidamente y adoptaron posiciones de liderazgo en la reestructuración que siguió al Caos.
A finales de la década del 2170, cuando algo parecido a la estabilidad regresó al planeta, el interés en el espacio empezó a crecer otra vez. Una nueva generación de satélites de observación y comunicaciones fue lanzada por la reconstituida Agencia Internacional del Espacio, uno de los brazos administrativos del Consejo de Gobiernos. Al principio la actividad espacial fue cautelosa, y los presupuestos de la AIE muy pequeños. Sólo las naciones desarrolladas participaron activamente. Cuando recomenzaron con éxito los vuelos piloteados, fue planeado un modesto programa de misiones para la década del 2190. Una nueva Academia del Espacio para entrenar cosmonautas para esas misiones abrió sus puertas en 2188, y los primeros graduados salieron de ella cuatro años más tarde.
En la Tierra, el desarrollo fue dolorosamente lento pero regular y predecible durante la mayor parte de los veinte años precedentes al descubrimiento de la segunda espacionave ramana en 2196. En un sentido tecnológico, la humanidad se hallaba aproximadamente al mismo nivel general de desarrollo en 2196 que el que tenía setenta años antes, cuando apareció la primera nave extraterrestre. Las recientes experiencias en vuelos espaciales eran mucho menores, por supuesto, en el momento del segundo encuentro; sin embargo, en ciertas áreas técnicas críticas, como la medicina y el control de la información, la sociedad humana de la última década del siglo XXII estaba considerablemente más avanzada de lo que lo había estado en 2130. En otro componente las civilizaciones halladas por las dos naves espaciales ramanas eran marcadamente distintas…, muchos de los seres humanos vivos en 2196, especialmente aquellos más viejos y que conservaban los puestos que dictaban la política en la estructura de gobierno, habían vivido algunos de los muy dolorosos años del Gran Caos. Conocían el significado de la palabra miedo. Y esa poderosa palabra modeló sus deliberaciones mientras debatían las prioridades que guiarían una misión humana a la cita con Rama II.
La Yapa: La primera novela ramana estuvo a punto de ser adaptada al cine a principios de la década pasada, pero el proyecto fue abandonado. Sin embargo un cortometraje inspirado en la historia fue realizado por los estudiantes de cinematografía y artes Aaron Ross y Phillip Mahoney en el año 2001 y 2003. Acá abajo pueden ver dos versiones del mismo para darse una idea de las dimensiones del escenario, lo mismo que un detrás de cámaras.
Rendezvous with Rama – Vancouver Film School (VFS) from Vancouver Film School on Vimeo.
Rendezvous with Rama – NYU 2001 from Aaron Ross on Vimeo.
The Making of Rendezvous with Rama from Aaron Ross on Vimeo.
Domo arigato, Mr Robotto
@cesar Interesantes videos los que acompañan al articulo
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