Historias Mínimas: 01 – Crecer

[Arena Roja]

Y bien, este es el primer relato de Historias Mínimas (Relatos de lo Cotidiano).

01 – Crecer

De los tres hermanos Ríos, Carlos era el menor. Tenía once años y muchas ganas de ya cumplir doce y que su hermano mayor, Roberto, cumpliera diecisiete, terminara la secundaria, se marchara a estudiar becado a una Universidad muy lejos, y le dejara así el cuarto para él solo.

Para su desgracia para eso aún faltaban como diez meses y catorce días. Aunque Roberto ya no lo torturaba como sólo un hermano mayor lo sabe hacer, las manías que había adquirido desde que le creciera ese ralo bigote igual lo irritaban . ¿Alucinarse el gran atleta sólo por haber ganado en esa Olimpiada Interescolar local? ¡Pedante! ¿Prohibir las golosinas en la casa? ¡Ridículo! ¿Haber hecho que le llenaran con máquinas y chatarra de gimnasio el antiguo cuarto de Marta, la mayor de los hermanos Ríos que se había ido a vivir con su marido, en vez de que se lo dieran a él? ¡Injusto! ¿Salir a correr a las cinco de la madrugada y despertarle para que corrieran juntos? ¡Qué espina en el culo que era!

Y para colmo, no sabía por qué, pero Carlos había notado a su hermano mayor distinto de como siempre era, no menos pesado, por supuesto, pero sí más distraido, irritable y cuando no, melancólico. ¡Y esas chateadas que se mandaba todas las noches con Sara, la amiga de las hijas de la tía Magda! ¿Qué tanto conversaba que no quería decirle… y le gritaba por preguntarlo?

"¡Bah! -se dijo Carlos- Allá Roberto con sus locuras." Él tenía una vida propia: la casa, el colegio, los amigos… el fútbol.

Para Carlos el fútbol lo que más le apasionaba. Correr, patear la pelota, tirarse barridas, gritar… ¡era genial! Uno se sentía vivo. Podía jugar con sus amigos hasta agotarse, en una calle o donde fuera. Pero siempre prefería una cancha con arcos porque allí sí sentía que el escenario estaba completo. 

Ese sábado, luego de unos chicos mayores "amablemente" los desalojaran de la cancha del parque que está cerca del mercado, Carlos y sus amigos bajaron la plaza principal del barrio para tomar refrescos y despotricar de cómo les habían cortado en lo mejor del juego. Los grandes siempre abusando de los chicos. El único consuelo era que ellos también crecerían y entonces obtendrían algo de respeto, sobretodo de los enanos menores que ellos.

Ya estaba atardeciendo y empezaron a dispersarse. Unos cuantos ya se iban a la casa de uno a ver una película, otros pensaban pasar un rato jugando videojuegos en un local a la vuelta de la esquina. Carlos y otros dos más en cambio ya tenían que volver a sus casas a hacer sus tareas del colegio. El padre y el hermano mayor de Rudy, Artemio (nada que ver con el de Carlos, Artemio sí era un tipo genial), los iban a llevar al Estadio a apoyar a su equipo favorito… siempre y cuando hubieran hecho todos sus deberes, por supuesto.

Carlos se fue con Rudy a su casa para que le prestara un rato las separatas que el profesor de historia les había dejado y que él había perdido. Caminando iban comentando cuál creían que sería el resultado del partido del domingo. Rudy confiaba en que mínimo "el equipo" ganaría por dos tantos; Carlos estaba de acuerdo, pero no de quien sería el goleador. Rudy aún tenía la esperanza de que el Negro Cárdenas estuviera ya totalmente recuperado de la lesión en su rodilla y marcara un par de goles; Carlos, en cambio, coincidía con el hermano de Rudy en que los mejores tiempos de su jugador favorito ya habían pasado, cosa que le daba pena, sí; pero al menos allí estaba La Pulga Roldán para tomar la posta.

Aún estaba Rudy con su recopilación de jugadores que habían repuntado cuando todos ya los consideraban para el retiro cuando vieron pasar a la Nena Gonzalez acompañada de Artemio. Carlos le comentó a Rudy que no entendía qué tanto andaban juntos ni por qué ella también estaba invitada para el domingo. ¿Qué sabía ella de fútbol? Rudy entrecerró los ojos: 

-¿No lo entiendes, dijiste?

-No lo entiendo -reiteró Carlos. 

-Pues, verás… -comenzó Rudy, pero no acabó porque en ese momento llegaron la Nena y Artemio a saludar. Artemio con un apretón de manos y la chica con un beso en la mejilla de los dos niños, que dejó a Rudy con las orejas coloradas.

-Vamos, hermanito -dijo Artemio, señalándolas-. No es para tanto. Sólo fue un saludo.

Y se rió, y la Nena rió con él, más discreta eso sí.

Rudy, bufando como gato le apuró a Carlos para entrar a su casa y subir a su cuarto.

-¡Mi hermano es un idiota! -empezó Rudy, como siempre cuando hablaba de Artemio. Curiosamente, Rudy opinaba también que Roberto era genial, pero tratar de razonar con él para que se diera cuanta de la locura de pensar así era inútil. Uhm, ¿quizás todos pensaran lo mismo de los hermanos ajenos?

Rudy sacó de un cajón un sobre con papeles y fotografías.

-Te dije que te explicaría… ¿Qué recuerdas de tu hermano Roberto cuando tenía doce o trece años? -preguntó.

Carlos recordaba que a Roberto le encantaba jalarle las patillas, asustarlo con fantasmas y monstruos bajo la cama, robarle sus dulces, hacerle oler sus pedos, etcétera.

-No mucho -contestó.

-¿Recuerdas si empezaron a salirle granos en la cara?

-Sí… Era porque era un sucio que no se bañaba.

-Bueno, quizás sí un poco entonces. Pero hay otra razón mayor. Mi papá me lo explicó mostrándome esto.

La foto que Rudy tenía en la mano mostraba a un chico con un enorme grano en la punta de la nariz, que estaba roja como un tomate. Más granos aparecían acá y allá, sobretodo en las mejillas.

-Es mi papá a los quince -explicó Rudy.

Carlos no hubiera podido adivinarlo a la primera. El papá de Rudy era un señor gordo y con una gran calva, mientras que el chico de la foto era flaco como un paraguas. Aunque al fijarse mejor, se parecía mucho a Artemio, aunque el hermano de Rudy era más fornido y no tenía esos granos.

-Papá me dijo -continuó Rudy- que empezaron a salirle a los catorce años, primero unos pocos pero al final… Estas fotos se las tomaron en el consultorio del doctor al que fueron para su tratamiento…

-¿Una enfermedad como la varicela?

-No exactamente… Papá me explicó que esos granos se llaman acné y les salen a todos a partir de algo que se llama adolescencia, cuando se cumplen doce o trece años, aunque algunos les empieza a salir un poco antes y a otros después. Unos cuantos granos de vez en cuando, no muy grandes. Pero a algunos les salen muchos más. Mi padre fue uno de esos "premiados".

-¿O sea que esa adolescencia tiene la culpa?

-Los cuerpos de hombres y mujeres cambian. Eso entendí. Empiezan a sudar feo, se les crece pelo por todos lados,  les salen gallitos en la voz, quedan patas para arriba, un caos. Lo peor es que también les afecta la cabeza.

Rudy se agachó para susurrarle a su amigo:

-Chicos y chicas quieren estar juntos.

Carlos se quedó extrañado:

-No entiendo. A veces jugamos con las chicas de la clase, ¿no? No al fútbol, claro. Ellas no saben… Aunque últimamente…

Entonces cayó en la cuenta de que ya hace un tiempo que chicos y chicas preferían jugar por su lado. A veces las chicas ni jugaban, se la pasaban conversando en el receso y riéndose de quién sabe qué.

-A las chicas les llega antes que a los chicos.

-Igual no entiendo qué quieres decir con que hombres y mujeres quieren estar juntos.

-A esto.

Rudy le mostró una tarjeta de memoria que había sacado de un cajón de su armario, como si fuera la prueba máxima. Con un gesto tomó la tablet encima de su escritorio e introdujo en ella la memoria.

-¿También te la dio tu padre?

-¿La memoria? No… Es de Artemio, pero no sabe que la tengo. Ven, sentémonos en la alfombra mirando para la puerta -dijo Rudy, mientras enchufaba el auricular y abría un video.

Carlos aún estaba impactado cuando volvió a su casa. Tenía una extraña mezcla de emociones: curiosidad, extrañeza… ¿Asco? ¿Culpa? Recordaba que hace un tiempo había jugado con unas primas al papá y a la mamá, y al doctor… pero eso era un juego, no había nada malo o sucio en ello. ¿O sí? Le sorprendió que las niñas fueran tan diferentes allá abajo, por supuesto, pero entonces pensó que quizás se les crecería luego como los dientes. Luego aprendió que simplemente eran así. Entendía que los papás y las mamás dormían juntos y se abrazaban fuerte para hacer bebés, pero nunca pensó que hicieran más que besarse. El video que le mostró Rudy dejaba claro que un beso sólo era el principio, que había mucho más… y que para llegar a eso los hombres y las mujeres se volvían locos. "La cabeza se les llena de esas imágenes y por eso les salen granos", le dijo Rudy. "Los hombres quieren metérsela a las mujeres. Las mujeres quieren que se las metan, pero no lo dicen de frente. Quieren que los hombres lleguen a ellas, les hablen bonito, les inviten cosas… A eso llaman enamorar". Por eso Artemio paraba alrededor de la Nena. Por eso la había invitado al Estadio y ella había aceptado ir, aunque no supiera nada de fútbol. Artemio se la quería meter… y seguro que lo haría, o quizás ya lo había hecho; Rudy no sabía. En todo caso, tenía suerte de que la Nena le hiciera caso. Rudy le explicó que las mujeres a veces pueden andar con un hombre, pero sólo verlo como un amigo. Y la mayoría de las mujeres no deja que sus amigos se la metan. Tampoco dejan que se las meta alguien aparte de con quien están enamorando.

Cuando explicó esto último, Carlos notó un poco de vergüenza en la voz de su amigo. Había sospechado lo peor: "O sea… ¿tú… la Nena?" Rudy le hizo jurar como los mejores amigos que eran que no diría nada. "No sólo a las chicas -dijo lentamente-. A algunos chicos les llega la adolescencia antes también… Pero a todos les llega. A tí también te llegará, Carlos".

"¿Eso es crecer?", se preguntó Carlos.

Abriendo la puerta, llamó a sus padres pero sólo le contestó su hermano Roberto:

-Han salido a la Iglesia -dijo.

Como era de esperarse, estaba chateando con la tal Sara desde su celular. Pero ahora ya entendía.

-Se la quieres meter a esa putita, ¿no? -le dijo a su hermano-, pero para ella sólo eres un amigo.

Roberto se puso colorado… y no sólo de rabia. De un salto agarró a su hermano menor del brazo y se lo torció en su espalda:

-¡Repite! ¡Repite! ¡Repite, desgraciado!

-¡Putita! ¡Putita! ¡Putita! ¡PUTITA! ¡PUTITA!…

-¡¡CÁLLATE!!

-¡SUÉLTAME Y ME CALLO!

Roberto lo hizo, pero no dejó de regalarle a su hermano la peor de sus miradas. Carlos pensó que quizás sí se había excedido, pero ¡por el dolor de su brazo que no se iba a disculpar! También pensó que era una suerte que sus padres hubieran salido. Con el escándalo que habían hecho ya estarían sobre ellos listos para castigarles por el resto de sus vidas.

Roberto volvió a murmurar otro insulto y salió a la calle. Carlos se quedó en la sala sobándose el brazo herido, recordando lo que le había mostrado Rudy. Todos iban a pasar por eso. Incluso él. Le saldrían pelos por todo el cuerpo de un día para otro, se le llenaría la cara de granos y la cabeza de pensamientos sucios. Las mujeres terminarían siendo tan importantes para él como para volverlo así de loco. Un poco sintió lástima por su hermano mayor y por todos los hermanos mayores del mundo.

"Crecer es un fastidio", pensó. También pensó que pensar eso significaba que ya había crecido un poco y que la adolescencia estaba más cerca ahora para él aun sin quererla. ¡Maldito Rudy!

Carlos se encogió de hombros. Al menos seguiría teniendo el fútbol.

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Bien, este es el primer relato que he escrito para este libro. Espero que les guste. Sí, dije que tendría menos de dos mil palabras… y apenas cumplí. Pero creo que he escrito todo lo que se necesitaba. Si tienen alguna sugerencia, comentario o crítica… bienvenidas sean. Necesito las opiniones de los lectores para mejorar continuamente.

Por último. ¿Alguna idea de quién será el protagonista del siguiente relato? No lo aseguro, pero quien sabe si me deje influenciar. ¿Por qué no? Después de todo pretendo que todos los que aparezcan acá tengan sus cinco minutos (o entre mil y dos mil palabras) de fama.

Hasta la vista y que tengan una buena lectura.

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2 comentarios en «Historias Mínimas: 01 – Crecer»

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