[Yoni]

mano escribiendo mil palabras

¿De dónde?

Hace unos días he terminado de leer Mientras Escribo (On Writing, 2000), el libro de Stephen King mitad apuntes autobiográficos, mitad guía básica para escritores nóveles.

Que este ensayo suela estar en la lista de recomendados para los que quieren aprender a escribir lo veo totalmente justificado. Pero este no es el lugar para una reseña, que ya luego con más calma la haré en estos días.

Lugar es para empezar con una de las recomendaciones que el bestselleriano King pone sólo un poco más abajo de “leer mucho y escribir mucho” o, mas bien la aplicación de la segunda parte de la frase: para empezar a agarrar hábito ponerse como meta escribir al menos mil palabras… cada día.

Y yo obediente…

Pero primero…

¿Por qué?

La pregunta es pertinente. ¿Acaso ya en la segunda mitad de mi vida pienso hacerme rico escribiendo? Por supuesto que no, faltaría más.

No niego que un ingreso extra haciendo una actividad que me resulta más agradable que tediosa sería genial, pero sabiendo cómo está el mercado literario, empezando con la sempiterna y ubicua piratería… Si escribiera y obtuviera cierto reconocimiento es seguro que más temprano que tarde copias no autorizadas de mis libros estarían circulando por aquí y/o allá, y no podría tirar la primera piedra pues yo también he pecado.

(De hecho, en realidad, que te pirateen es una buena señal, porque hay interés de la gente en lo que hiciste. El objetivo de todo autor antes que el reconocimiento académico debería ser ese: volverse “pirateable”).

Y luego está también que en la era visual que vivimos, no es que la gente lea libros mucho. Redes sociales bastante, pero ese es otro cuento.

Así que descartado el fin económico quedan otros.

Uno es el placer y otro el ansia de trascender.

Para quienes escribir es algo más que garabatear sobre una superficie las representaciones estándar de la palabra hablada, lo de su calidad placentera es obvia. Uno encuentra en el hecho de escribir no de forma mundana o utilitaria (la respuesta a un mensaje, la redacción de una lista de compra, de una factura…) sino de forma creativa el equivalente mental a un acto seminal (si no se entiende, una corrida, pues, una lechada, una eyaculación… ¿en serio necesito más sinónimos?).

(Y por eso también ese aforismo que tanto me gusta: “escribir para el cajón es masturbación”, pero iremos a eso más adelante).

Otros afirman que es mas bien ser como un Dios de tu universo ficticio. En parte sí, pero no es ser un Dictador Todopoderoso. Podré poner a mis personajes a veces en situaciones horribles pero nunca para mi diversión sino porque sé que la historia pide que así sea. En su lógica interna a menudo la historia me supera y ya no soy yo el demiurgo sino sólo el intérprete de aquella. Como en la obra de Pirandello, mis personajes piden autor pero ya en ese hecho se revelan autoconscientes. Y para ello, para no fallarles, necesito encontrar las mejores palabras o al menos las menos malas para que lo que se tiene que decir sea dicho.

El placer mío justamente surge al encontrar esas palabras.

No siempre sale perfecto, claro. Soy poco más que un aficionado y por eso es que me propuse mejorar.

Pero no sólo es mi placer, o por lo menos no termina en él.

Todo acto seminal tiene una finalidad que justifica el placer que da. En biología es la continuidad de tus genes en un nuevo individuo, en el mundo de las ideas también… aunque creo que Dawkins hubiera hablado de los memes. Pero a estas alturas decir meme es decir un chiste de internet así que mejor apartémoslo.

Digamos en cambio que lo que escribes son tanto tus hijos como tu esperma en sentido figurado. Tus hijos porque aunque quizás no siguieron todos tus deseos y sólo pudiste más o menos guiarlos, allí están existiendo por sí mismos fuera de ti. No son cien por ciento tú, aunque tú los hayas hecho.

Pero al mismo tiempo no viven a menos que sean leídos. Sin lectores se encuentran como en estado suspendido cual si estuvieran en un refrigerador esperando dentro de un frasco rotulado. Ya lo tienes, ¿no? Quedémonos con eso.

(La imagen será un poco chusca, pero ya pasa de medianoche y la verdad no se me ocurrió ninguna más acorde. Quizás no haya).

Tenemos entonces un cuento, un poema, una novela, etc… que es al mismo tiempo producto y medio. Producto porque existe por sí, y medio porque tiene un objetivo. ¿Cuál es? Entrar a la mente del lector… en un acto consensuado, debo especificar, expresado en el momento en que este abrió el libro físico o digital o el enlace de hipertexto donde se encuentra lo escrito (también el audiolibro se incluiría, y hasta el cine, pero ahora estoy en modo “textual”)… y comenzó a leer.

(Ya eres mío.

Ya eres mía.

¿Disfrutas lo que estás leyendo? ¿Entiendes las motivaciones de mis personajes? ¿Empatizas con ellos? ¿Los desprecias? ¿Aprecias este giro, este desarrollo? No importa mientras avances y llegues al final. Hay ritmo, síguelo, más lento, más rápido… la variedad combate al tedio. Más profundo, más superficial, más rudo, más delicado… Mi escrito es al mismo tiempo hijo y esperma, recuerda… y ahora algo más.

Mi escrito y tú han terminado juntos).

Y así trasciende uno al escribir. A pesar de que tu creación exista por sí misma, siempre algo queda de tí en ella. Y cuando llega a la mente del lector esta lo recibe y lo hace suyo. Al final uno morirá, pero lo que tenía en su cabeza seguirá viviendo en la cabeza de otros. Incluso hasta su nombre y parte de su historia personal… al menos por un tiempo. Es una de las pocas inmortalidades a las que los hombres tenemos acceso.

Yo pronto moriré. No es probable que mañana, pero si los promedios funcionan en mí no tengo más de cuatro o a lo mucho cinco décadas que me quedan antes de irme. Y no tengo hijos biológicos propios.

¿Entonces qué? ¿Irme sin dejar una huella aunque sea modesta en las Arenas del Tiempo antes de partir a lo Desconocido? Me resisto.

Por eso decidí escribir ahora, porque si lo hago bien, si soy sincero, si soy atrevido, algo quedará de mí cuando me vaya, al menos por un tiempo… Así no partiré a la Nada que nos espera a todos si las religiones se equivocan y resulta que no hay un Dios que nos de una palmadita y nos diga “bien hecho”.

¿Cómo?

Pues ya dije, King recomendó como primera meta escribir por lo menos mil palabras cada día, y ya superé esa meta hoy. Y para mañana también, quizás no todas las mil palabra acá en este blog, pues lo literario lo haría aparte para sólo publicarlo cuando ya esté terminado, pero la idea es ser constante.

Cada día, hasta que me sea más y más fácil encontrar el placer de que una palabra exprese lo que quiere la historia en mi cabeza expresar.

Cada día, hasta que esas palabras encuentren más y más fácil el camino a las mentes de otros.

La Yapa:

Compartir:

Por UnOsoRojo

Un comentario en «Mil Palabras»

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.