[F-Review]
Lima, un palacete en San Isidro, años 1950s… Julius es el hijo menor de una familia de la aristocracia limeña que cuenta entre sus antepasados con ex-Presidentes y acaso algún Virrey (o al menos un Oídor de la Real Audiencia). Su padre ha muerto. Tiene una hermana unos años mayor que él, delicada de salud, a la que ama mucho, dos hermanos ya adolescentes con los que no se lleva bien, y una madre que para más en la calle en reuniones sociales que cumpliendo sus roles de género, tendiendo a delegar su cuidado en la copiosa servidumbre de la casa. Con representantes de las tres regiones del país con sus distintas etnias, su convivencia con ellos, sus historias y todo el cariño que le dan en contraste con la frialdad de los de la mayoría de su familia natural, permean en el pequeño «príncipe» mientras poco a poco va descubriendo las grandes diferencias y oscuridades de la vida en un país desigual e ista.
La novela más famosa de Alfredo Bryce Echenique es llevada a la pantalla grande bajo la dirección de Rossana Díaz Costa, directora limeña que ya tenia en su haber Viaje a Tombuctú (2014). ¿Cómo conseguir resumir una obra de más de 600 páginas tan densa en anecdótas, humor y crítica social a través de la mirada aparentemente ingenua de un niño privilegiado en un metraje de 104 minutos?
Inocencia
Se aprecia el sincero intento de la directora por condensar la historia sin sacrificar la esencia del original, pero es evidente que no siempre sale airosa, sobretodo con respecto a los personajes y las tramas fuera del círculo familiar inmediato del protagonista y que uno esperaría tuvieran algo más de peso. Por ejemplo, sus compañeros y maestros de su colegio de monjas estadounidenses. Sí, se presentan y entendemos lo básico de sus dinámicas, pero a ratos sólo parecen estar por compromiso porque son mencionados en la novela de Bryce. Cano, el compañero «pobre» de Julius, de un momento a otro resulta que se hicieron tan amigos que lo invitó a su casa a jugar. ¿Hubo desarrollo de eso aparte del bullying que le hacían los otros niños? Queda claro que el sensible Julius no entiende de diferencias, y hasta se imagina cómo sería si él en vez de un «príncipe» fuera un «chico de barrio», y puedo entender que pase, pero una escena donde hacen conexión, quizás mencionando la mutua pérdida de seres queridos, no hubiera sobrado.
Y ese último elemento sí que me pareció destacable. Julius es un niño que vive en una burbuja, pero no hay burbuja que te proteja al 100% de las pérdidas. A lo largo de la cinta, el protagonista sufre una tras otra y esas pérdidas de alguna manera lo hacen madurar y ser más consciente del mundo. Lo tiemplan, hasta que en un momento va dejando su papel de espectador de su historia y pasa a tomar iniciativas, como cuando se niega a que uno de su personal de servicio doméstico que ha fallecido sea sacado en su ataúd por la puerta trasera y en una escena genuinamente conmovedora guía a los cargadores de la funeraria por la parte principal de la casa hasta la entrada de la gente bien y allí le despide con todos los honores que se merece como alguien que le amó y que él amó también.
Contrastes
Un Mundo para Julius ya estaba terminada cuando se desató la pandemia. Por ello su estreno comercial se demoró hasta fines del 2021, y en Europa hasta abril del 2022. En ese estreno fuera del país Aldo Mariátegui la vio y escribió una diatriba acusando a su directora de contrabandear su agenda ideológica de izquierda, señalando ciertos agregados del guión para «alimentar odios y resentimientos».
Yo diría que el nieto de José Carlos exagera… pero…
Veamos… desde su principio como novela Un Mundo para Julius era una sátira y crítica social acerca de las diferencias e inequidades de la sociedad peruana de su tiempo, diferencias e inequidades que de alguna forma siguen estando vigentes más de medio siglo después pero expresados de otras maneras menos directas (a veces). Por lo tanto no es que saliera de la nada que Díaz Costa considerara que eso es lo más importante de la obra y por ende trató de plasmarlo de manera más evidente, lo cual se tradujo en subrayar donde era sutil. Eso explica las «adiciones», y se justificaría como que es la visión de un niño, y por tanto además de inocente también parcial, con todo lo que eso conlleva.
Ahora bien, ¿los adultos en su adaptación por ello no tienden a perder dimensionalidad… tanto los de la clase alta como los del servicio de la casa? Muchos entienden que sí. Yo lo atribuyo a que la directora tenía la intención de que los padres llevaran a sus hijos a verla, incluso deplorando que la terminaran calificando como +14. Entonces, sus decisiones de guión estarían guiadas para dejar claro quienes representaban los antivalores (los clasistas, racistas y machistas de la clase privilegiada) y quienes los valores (los trabajadores, que nunca expresan ninguna forma de discriminación… excepto con los jíbaros cortacabezas… ¿quizás?) para que un niño las capte rápido.
También por eso la escena final donde en un ejercicio de anacronismo abre la toma para mostrar la separación entre Las Casuarinas y Pamplona Alta representada en el llamado «Muro de la Vergüenza». Puede entenderse como un símbolo de que hay continuidad entre lo mostrado en la película ambientada en los 1950s y un muro que empezó a levantarse en los 1980s, en un contexto de creciente inseguridad por el terrorismo y las invasiones de terrenos. Visto así, quizás lo más eficiente hubiera sido traer la historia del libro a la época contemporánea.
Y aparte de adiciones y agregados, también está una gran baja: el humor. La novela original de Bryce tiene mucho de eso, pero Díaz Costa (reitero) tenía que resumir la historia si quería llevarla al cine, y parte de ese resumir fue no concentrarse en la parte cómica sino en la dramática. Buena decisión, mala decisión… es debatible. Ya mencioné cómo la seguidilla de pérdidas hacen evolucionar a Julius, y eso sigo diciendo que estuvo bien. Agregar más parte humorística (porque algo sí se conservó, pero sólo retazos) pienso que quizás hubiera desentonado en su opción creativa.
En cuanto a las actuaciones… hay de todo, destacando la de los dos niños que interpretan a Julius en dos etapas de su vida (Rodrigo Barba y Augusto Linares) y la de Mayella Lloclla, que interpreta a Vilma, la niñera. La química y la calidez de sus interpretaciones sólo hacen el final (la última pérdida) aún más chocante para el espectador.
Aspectos tecnicos: fotografía (que a ratos reclama el sepia) bien, música cumplidora, ambientación correcta… No hay mucho más que decir, en general es una película que entretiene y emociona lo suficiente para ser tomada en cuenta.
Dato adicional: Esta película recibió S/ 139,500.00 (Ciento treinta y nueve mil quinientos y 00/100 Soles) como estímulo económico en la categoría Concurso nacional de proyectos de largometraje en construcción del 2020.
La Yapa:
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